Teodoro Baró en AlbaLearning

Vida galante
(Revista semanal ilustrada)

"El tuerto ciego"

(Revistas licenciosas)


 
 
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Música: Clementi - Sonatina Op.36 No.1 in C major - 2: Andante
 

El tuerto ciego

El caballero de la Garza Real se quedó tuerto en un fiero combate. Por la hermosura sin par de una dama, hubo sus dimes y diretes entre el hidalgo susodicho y otro no menos terne ni aficionado á rendir pleito homenaje a las damas de belleza y de alcurnia. En campo abierto, embrazados, los escudos, con los lanzones en ristre y montados sobre briosos corceles, encontráronse los dos galanes y de su descomunal pelea resultó con un ojo huero el paladín de la Garza Real.

Pero antaño, como ogaño, las penas pasaban lo mismo que las alegrías, con rápido vuelo, y el herido acabó por resignarse con su desgracia y hasta llegó a persuadirse de que todo aquello no había sido nada. Volvió de nuevo el señor de la Garza Real á sus empresas amorosas y tuvo la fortuna de ser correspondido por la dulce Blanca, virgen de pelo rubio y cutis trasparente, que en una tarde primaveral apacible y serena como la conciencia de un niño, escuchó con agrados los apasionados requiebros de aquel infanzón destinado, por la desgracia, a no ver el mundo más que por un agujero.

Con pompa inusitada se celebró la boda de don Germán de los Gerifalteros, más conocido por su título de caballero de la Garza Real, y doña Blanca de la Rocamora, doncella de singular nobleza y donaire. Pasaron las fiestas, durante las cuales hubo torneos que no costó á los justadores la pérdida de ningún órgano importante; y cuando se extinguieron los ecos de los alegres cantares y hasta el último fulgor de las luminarias, quedáronse en el solitario castillo doña Blanca y don Germán, gozando las dulzuras de su luna de amor.

* * *

Pasó el tiempo y sucedió que estando tranquilamente en su morada don Germán, vinieron a decirle que un pelotón de hijos de Mahoma merodeaba por las cercanías. Era preciso aprestar la mesnada e imponer castigo a los infieles. Sonó el clarín, despertando los ecos de las sierras vecinas; mozos y hombres hechos y derechos se apercibieron al combate, y don Germán, armado de punta en blanco y montando un potro de pura sangre cordobesa, salió al frente de las huestes para gloria de la Cruz y en defensa de su señorío.

Desde lo alto de la torre feudal vio doña Blanca perderse a lo lejos el ejercito de su dueño. ¡Qué tristeza tan grande tuvo la hermosea castellana! ¡Se habían interrumpido, Dios sabía hasta cuando, los dulces coloquios sostenidos en la callada noche bajo el fulgor pálido y tembloroso de las estrellas!... Quedaba sola en la mansión señorial, echando de menos la grata compañía del esposo...

No obstante, poco a poco fue acostumbrándose al aislamiento. Cierto que las gangosas dueñas y las doncellitas de cámara la aburrían, pero en cambio recibía con mucho agasajo los obsequios de Roldanuelo, un paje decidor y vivaracho, dejado en el castillo para guardia y custodia de doña Blanca.

Roldanuelo sabía de corrido muchas y muy entretenidas leyendas de moros y cristianos, con las cuales regalaba los oídos de su señora; y tanto se aficionó ésta a los cuentos, que consintió en recibir en su dormitorio al gallardo y avisado conversador que de tan ingeniosa manera la divertía.

Entre tanto, el caballero de la Garza Real había dispersado a los feroces muslines y puesto a su empresa feliz y honroso coronamiento, y regresaba á su castillo al frente de sus huestes vencedoras: pero su impaciencia por ver a doña Blanca era tal, que puso acicatea a su cabalgadura y se adelantó a todos corriendo a campo atraviesa como alma que el demonio se lleva.

El filo de la media noche era cuando don Germán llegó al pie de la muralla. El guardador del puente levadizo reconoció a su dueño y señor y le dio franca entrada. Ya en el patio, las dueñas, enteradas también de que el señor volvía, abrieron las puertas.... Don Germán subió escaleras, atravesó pasillos, volando, porque el amor tiene alas, y llegó a la cámara donde, soñando con él, estaría doña Blanca.

Aquella noche, como las anteriores, el paje dormía en el camarín de doña Blanca, y con el embeleso de las narraciones ni ella ni el gentil servidor advirtieron la alarma del castillo. De pronto se estremecieron oyendo golpes en la puerta de la estancia y la voz del caballero de la Garza Real, que decía:

—Abrid, doña Blanca, que viene vuestro esposo con ansia de abrazaros.

—Esperad, esperad—contestó ella.

Era preciso buscar una industria para que el paje saliese sin ser visto de su señor y sin que hubiese explicaciones enojosas.

Pasaron unos instantes; cubrió sus desnudeces la esposa, dio instrucciones rápidas al galán para que se ocultase hasta que fuera llegado el momento de huir, y después de avivar la lámpara que junto al lecho ardía, abrió la puerta y don Germán entró.

— ¡Señora de mi alma!

—¡Caballero de mi corazón!.... Mas, esperad; acabo de tener una revelación. Un ángel se me ha aparecido diciéndome:

—Tu esposo ha triunfado de los infieles....

—Verdad, alma mía.

—Y además, en premio, el Señor le ha concedido que vea por el ojo tuerto.

—Eso, no.... no.... que yo sepa.

—Probemos. Cerrad el ojo sano, así.... Y doña Blanca le puso su suave manecita sóbrelos párpados, preguntando:

—¿No veis nada, mi bien?

—Nada veo.

—Fijaos, porque el ángel lo aseguró.

—Os repito que no veo nada.

—iPor el cielo, que esperéis un poco

—Juro que sólo tinieblas percibo.

... Entre tanto, y bajo las propias barbas del caballero de la Garza Real, salió de la cámara el pajecillo Roldanuelo.

 

(Atribuido a Luis Xl.—Siglo XV.)

 

Extraído de la revista "Vida galante" (Barcelona, 20 de Noviembre de 1898)

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