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Efrén Rebolledo

"El enemigo"

Capítulo 8

Biografía de Efrén Rebolledo en Wikipedia

 
 
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Música: Dvorak - Piano Trio No. 2 in G minor, Op. 26 (B.56) - 3: Scherzo: Presto
 
El enemigo
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VIII

Algunas veces acontecía que cuando más entregado estaba a su labor de modelar aquella alma y regenerarse a sí propio, se desviaba del camino que se había trazado, y hasta tenía en poco lo conseguido.

En una de esas horas de languidez y abandono, y apoderado otra vez el instinto de su cuerpo, sentíase removido por apetitos extraños que en el misterio de la inconsciencia hablan germinado calladamente, para manifestarse algún día, únicos y arrolladores.

Entonces reconocía que la lucha entre lo material y lo irreal no termina nunca, sino más ruda comienza cuando alguna sensación poderosa o desconocida sacude el organismo, haciendo caer y barriendo fatalmente las delicadezas y exquisiteces espirítuales, sin dejar después del torbellino más que el tronco y las ramas del sentimiento, que agarrado profunda y tenazmente por las raices es la primera condición de la vida.

Divisaba al hombre en e! alba de los tiempos, esclavizado por el instinto que era su único guía; miraba pertinaz y perpetuándose en el fondo de la humanidad un limo de barbarie que existirá irreparablemente, brotando cada vez de más hondo, renaciendo con la potencia de la irresistibilidad, enturbiando y manchando al agitarse la límpida superficie, espejo de las más nobles virtudes y los más heroicos deberes.

Pensaba que la obra de la civilización en el escurrir de los siglos no tiene más objeto ni persigue otro fin que ir ocultando más y más profundamente esa hez de salvajismo sin conseguir nunca su desaparición, pues por disimulada que esté, a la primera ocasión burlará la vigilancia de la voluntad, y saltará de las últimas capas para imperar como único dueño y dominar como dominó el primero de los hombres.

Gabriel palpaba esta verdad en sí mismo, y respecto del más cruel de los instintos: el instinto del sexo.

Aunque se había consagrado a Glara, aunque en su ansia de ideal había encarnado en ella su aspiración, como el impulso era vago, intermitente, apenas se alejaba unos días, la olvidaba asediado por perturbadoras figuraciones; víctima de su apetito en vela como un ojo abierto, alerta como un oído aguzado, en alarma cuando percibía un cuerpo hermoso de mujer, un lindo pie, o un contorno mal velado.

En ocasiones alejábase punzado por un remordimiento; creyendo que hacía mal exaltando así el espíritu de aquella niña; jugando con su corazón absolutamente inerme y confiado.

Mas, ¿no era el filtro de desaliento y volubilidad que había bebido en la fuente misma de la raza el que lo abatía y el remordimiento sólo una excusa para disculpar su cansancio?

Sea como fuere, alejábase por algún tiempo, y volvía a sus antiguas costumbres; a ver pasar la existencia inútil; a mirar deslizarse el río negro y perezoso, como en sus periodos de decaimiento, o a entregarse furiosamente al placer para divagar su espíritu, descontentadizo como si hubiera agotado la vida y gastado como sí hubiera vivido siglos de siglos.

Pero entristecíalo el placer, irritábalo ei roce con la gente, y echaba de menos su aislamiento, porque sólo en ese claustro de soledad y excogitación podía trabajar y conocerse a si mismo; fortalecerse y ascender; y porque nada más allí estaba cerca de Clara, cuyo amor debía ser su estímulo y su redención.

Y volvía; encontrando abiertas siempre las puertas de la casa de sus amigas, y a Clara con una sonrisa que iluminaba como una aurora su rostro demacrado por tanto olvido y tanta ausencia.

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