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Santiago Ramón y Cajal

"El pesimista corregido"

Capítulo 9

Biografía de Santiago Ramón y Cajal en Wikipedia

 
 
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Música: Brahms - Klavierstucke Op.76 - 4: Intermezzo
 
El pesimista corregido
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IX

Habían transcurrido dos años más. Juan era ya otro hombre. Trocada su psicología, corregida su conducta, el fruto no se hizo esperar.

Ganó por oposición una plaza de la Beneficencia provincial. La clientela, de cada vez más copiosa, rendíale pingües beneficios. Sus amigos, ahora muy numerosos y sinceros, rodeábanle con amor y se hacían lenguas de su bondad, discreción y talento, y hasta de sus simpáticas flaquezas y defectos. Porque Juan, de acuerdo con la sentencia de Gracián: «Ten veniales descuidos y defectos para que la envidia se cebe en ellos y no se atreva a lo mejor», fue por primera vez en su vida jovial, incorrecto, desaliñado, abandonando cierta solemne tiesura de la dicción y del gesto, así como cierto nimio y meticuloso cuidado de la sintaxis que, sobre darle un aire de pe dantismo enfadoso, robaban a sus palabras la espontaneidad y la gracia, la afabilidad y la llaneza, encanto y primor de la conversación familiar.

Nadie se acordaba ahora de sus antiguas extravagancias y locuras, que las gentes, piadosamente pensando, atribuyeron al tremendo choque moral producido por la muerte de sus padres idolatrados.

Y como cerebro y corazón sanos y tranquilos constituyen los mejores tónicos de la nutrición, nuestro desengañado filósofo mejoró también de naturaleza física. Era a la sazón un apuesto mozo de treinta y dos años, alto, fornido, elegante, con aire bondadoso o inteligente.

Elvira, la equilibrada y seria Elvira, no se había casado aún. Deseaba D. Lucas unirla en matrimonio con cierto rico comerciante amigo suyo, joven y enamorado, aunque sin cultura ni talento; pero la avisada doncella no daba fácilmente su brazo a torcer. El pretendiente distaba mucho de realizar el tipo del intelectual, de voluntad firme y claro talento, que ella anhelaba para guía y amparo de su vida y prudente freno de su femenil nerviosidad. El Lohengrin esperado debía reunir las cualidades que un célebre autor diputaba indispensables en el hombre de genio: el espíritu soñador, la cultura y altruismo de D. Quijote, y la serenidad, robustez y positivismo de Sancho; y hasta entonces, el vigía del corazón no había columbrado el misterioso y encantado esquife.

Por fortuna, la avisada Elvira topó un día con su antiguo novio, el loco y doliente Juan, el joven ojeroso y pálido, a quien más de una vez sorprendió paseando sus melancolías por las umbrías del Retiro. Y quedó, al contemplarlo, agradlabilísimamente sorprendida y, más que sorprendida, subyugada. Un fuerte aldabonazo del corazón anunció a la alborozada doncella que había, por fin, pisado la tierra de promisión.

Conocía, ciertamente, los triunfos y prosperidades de su antiguo amante, pero no pudo sospechar nunca la transfiguración admirable operada en su físico, la expresión de seráfica dulzura de la mirada, la calma y jovialidad encantadoras de su espíritu. Y el genio de la especie, sonriendo satisfecho, rectificó antiguos presagios. Y como frisaba Elvira en los treinta años, y no era cosa de perder el tiempo en transiciones retóricas; visto, además, que Juan se las daba, con razón, de ofendido, resolvió la valerosa doncella acortar las distancias y derretir de una vez el hielo con una impetuosa oleada de sangre enardecida. En con secuencia, Juan recibió un día esta breve y expresiva epístola:

«Olvida lo pasado y atente al presente. Y el presente es que tú encarnas el hombre soñado por mí, y que te amo. No me preguntes el porqué del cambio, ni te engolfes en disquisiciones psicológicas. Yo misma no lo sé. El corazón ha hablado; he aquí todo. ¿Quieres saber lo que dice? Te espero esta no che en el Real.»

—Buena señal—exclamó Juan al recibir la expresiva epístola;—el genio de la especie se ha reconciliado conmigo.

Y sin que por un momento sintiera la menguada tentación de echar en cara a Elvira antiguos desdenes, acudió a la cita y reanudó, con más ilusión y cariño que nunca, las interrumpidas relaciones.

Y se casaron, siendo felices. Y cuentan las crónicas que el genio de la especie no tuvo motivo de arrepentirse al contemplar, años después, la hermosa y robusta prole.


Fin

Cuentos de vacaciones.
Narraciones pseudocientíficas (1905)

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Cuentos de Misterio y terror