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Horacio Quiroga

"Anaconda"

Capítulo 3

Biografía de Horacio Quiroga en Wikipedia

 
 

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Música: Brahms - Three Violín Sonatas - Sonata N 3 - Op. 108
 

Anaconda

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Cruzada halló a Ñacaniná cuando ésta trepaba a un árbol.

-¡Eh, Ñacaniná! -llamó con un leve silbido.

Ñacaniná oyó su nombre; pero se abstuvo prudentemente de contestar hasta nueva llamada.

-¡Ñacaniná! -repitió Cruzada, levantando medio tono su silbido.

-¿Quién me llama? -respondió la culebra.

-¡Soy yo, Cruzada!

-¡Ah, la prima...! ¿Qué quieres, prima adorada?

-No se trata de bromas, Ñacaniná... ¿Sabes lo que pasa en la Casa?

-Sí, que ha llegado el Hombre... ¿Qué más?

-Y, ¿sabes que estamos en Congreso?

-¡Ah, no; esto no lo sabía! -repuso Ñacaniná, deslizándose cabeza abajo contra el árbol, con tanta seguridad como si marchara sobre un plano horizontal-. Algo grave debe pasar para eso... ¿Qué ocurre?

-Por el momento, nada; pero nos hemos reunido en Congreso precisamente para evitar que nos ocurra algo. En dos palabras: se sabe que hay varios hombres en la Casa, y que se van a quedar definitivamente. Es la Muerte para nosotras.

-Yo creía que ustedes eran la Muerte por sí mismas... ¡No se cansan de repetirlo! -murmuró irónicamente la culebra.

-¡Dejemos esto! Necesitamos de tu ayuda, Ñacaniná.

-¿Para qué? ¡Yo no tengo nada que ver aquí!

-¿Quién sabe? Para desgracia tuya, te pareces bastante a nosotras, las Venenosas. Defendiendo nuestros intereses, defiendes los tuyos.

-¡Comprendo! -repuso Ñacaniná después de un momento, en el que valoró la suma de contingencias desfavorables para ella por aquella semejanza.

-Bueno; ¿contamos contigo?

-¿Qué debo hacer?

-Muy poco. Ir enseguida a la Casa, y arreglarte allí de modo que veas y oigas lo que pasa.

-¡No es mucho, no! -repuso negligentemente Ñacaniná, restregando la cabeza contra el tronco-. Pero es el caso -agregó- que allá arriba tengo la cena segura... Una pava del monte a la que desde anteayer se le ha puesto en el copete anidar allí...

-Tal vez allá encuentres algo que comer -la consoló suavemente Cruzada.

Su prima la miró de reojo.

-Bueno, en marcha -reanudó la yarará-. Pasemos primero por el Congreso.

-¡Ah, no! -protestó Ñacaniná-. ¡Eso no! ¡Les hago a ustedes el favor, y en paz! Iré al Congreso cuando vuelva... si vuelvo. Pero ver antes de tiempo la cáscara rugosa de Terrífica, los ojos de matón de Lanceolada y la cara estúpida de Coralina. ¡Eso, no!

-No está Coralina.

-¡No importa! Con el resto tengo bastante.

-¡Bueno, bueno! -repuso Cruzada, que no quería hacer hincapié-. Pero si no disminuyes un poco la marcha, no te sigo.

En efecto, aun a todo correr, la yarará no podía acompañar el deslizar -casi lento para ella- de la Ñacaniná.

-Quédate, ya estás cerca de las otras -contestó la culebra. Y se lanzó a toda velocidad, dejando en un segundo atrás a su prima Venenosa.

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