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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 65

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 65

De la señora Gamboa a Celia Gamboa

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Querida hija:

También tengo que comunicarte otra cosa. Debes leerla con completa serenidad, teniendo en cuenta tu nueva situación y las responsabilidades que comporta tu nuevo estado.

Es algo que no he querido revelarte antes, guiándome por lo que he entendido como mi deber de madre, obligada a velar por tu felicidad.

Después de tu ruptura con Ramiro Varela, y tu compromiso con el que hoy es tu esposo, cuando ya estabas decidida a buscar tu felicidad en la única forma que era posible, Ramiro te envió unas cartas que yo intercepté, aunque sin abrirlas. No deseaba que ese hombre perturbara tu espíritu con una injerencia extraña a tus buenos propósitos, y sabiendo que ellas no iban a tener otro resultado que el entristecerte, ya que nada era posible entre vosotros, retuve esas cartas.

Tenía el propósito de no decírtelo, pues nada ganarías con saberlo. Guardé las cartas, que iba a devolver al señor Varela una vez que te casaras. No lo hice antes porque sabía que el pretendería llegar a ti por otro conducto y quería evitarlo.

Pero Ramiro ha vuelto a insistir.

Ayer, llegó otra carta suya desde Córdoba.

Entonces, he pensado que era mejor decírtelo todo, pues si yo devuelvo sus cartas, él es capaz de seguir escribiéndote y eso no debe ser.

A ti te toca, pues, devolverlas, escribiéndole dos líneas en que le supliques que no insista ya. Creo que no debes leer sus cartas y devolverlas sin abrir. Ya sabes lo que te dirá en ellas. Hará protestas de su mentido amor, cosa que tú no debes escuchar, más aún ahora que ya no te perteneces. El solo hecho de abrir una de esas cartas, te compromete.

Ya no eres una chiquilla: eres una señora, y debes a tu marido, que te quiere y es una excelente persona, toda clase de miramientos. Acuérdate que estás ligada a él, ante Dios y ante los hombres.

No debes tener fuera de su cariño ni un deseo, ni una idea, ni un pensamiento que pueda lastimarlo, pues eso sería una falta ante la sociedad y un pecado ante Dios.

Escúchame, hija, y sé juiciosa. Debes comprender que la vida no es como nosotros la deseamos, sino como es, y debemos conformarnos para ser felices. A nada conducen las lamentaciones ni las protestas. La verdadera dicha consiste en no aspirar más que a aquello que podemos conseguir. Lo demás es vano y doloroso.

A nada conduce, como no sea a la desdicha.

Creo que me habrás comprendido, y que aprobarás mi conducta, que es la que me dictaba mi deber de madre.

Y si no lo haces, lo harás más tarde, cuando los años te den serenidad suficiente para ello, y hayan suavizado el romanticismo peligroso que hoy es tu mayor enemigo. La vida se diferencia de las novelas, hija mía.

Quizá sea menos bella . . pero no tenemos más remedio que resignarnos.

De lo contrario, perderemos todo derecho a usar de la parte de felicidad que nos ofrece.

Tu Madre.

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