Carta 53
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Biografía y Obra | |
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango" |
Carta 53 De Ramiro Varela a Celia Gamboa |
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No, divina. Ese sacrificio no debe consumarse. ¡Te casas! Todos los días me lo repito y no me acostumbro a esa idea. En vano he querido aturdirme, olvidar, resignarme: es imposible. Ni alejándome de ti, ni bebiendo ni buscando el placer donde lo hallara, nunca, nunca pude alejar de mí, ni por un instante, tu recuerdo. Vives en mí con la persistencia fatal e ineludible de mi propia vida. Pero no quiero hablarte, tratar de convencerte de algo de que estás plenamente convencida. Pasó ya la ocasión de las lindas frases y de los bellos párrafos. Ahora te casas. Y yo quiero impedirlo, impedirlo a toda costa, cueste lo que cueste, pues es un crimen, es un sacrilegio, es una profanación inaudita que tú seas de otro. Yo he tratado por todos los medios de borrarme de tu camino, pero hoy, frente al anuncio de tu boda, ante la inminencia de la catástrofe, ya me es imposible aguantar más. Tú no debes casarte con ese hombre a quien no quieres, a quien no puedes querer. Es imposible que me hayas olvidado, es imposible que nada quede en ti del cariño que me tuviste. Por eso, a pesar de tu silencio, a pesar del desprecio de tu silencio, a pesar de que no has querido contestar mis cartas anteriores, vuelvo a escribirte, para decirte mi desesperación, mi locura, la angustia torturante, horrible, que me muerde, que me acosa, que me enloquece ante la sola idea de que te pierdo irremisiblemente. Hasta ahora conservé una remota, una secreta esperanza, que veo esfumarse ante el anuncio de tu casamiento. Pero, ¿cómo es posible que te resuelvas a eso? Mira, divina, yo no quiero investigar de quién fue la culpa de nuestra ruptura. Si tú quieres que yo cargue con ella, lo haré, me reconoceré culpable, haré lo que tú quieras, pero, por piedad, no te cases. Yo abjuro de todo mi amor propio, de todas mis pretensiones, de mi misma vida, si tú lo quieres, pero no te cases. Comprendo que tu situación es difícil pero eso tendrá arreglo si tú quieres. Rompe hoy mismo con tu novio, y mañana, esta noche, ahora mismo nos casaremos. Haré lo que tú quieras, me someteré a todas tus condiciones, pero en nombre de nuestro amor, en nombre de tu felicidad, de la dicha de los dos, de mi dolor, accede a mi súplica. No temas a nadie. Nos iremos lejos; si tú quieres, abandonaremos este país, esta sociedad, para que no nos alcance su maledicencia, pero seamos felices, no cometamos el inmenso error de asesinar nuestra dicha. Yo te prometo, yo te aseguro, yo te juro que te haré feliz. Seré tu esclavo, tu siervo, un instrumento tuyo, lo que tú quieras; mataré mi voluntad, mi orgullo me anularé todo entero, pero déjame que te sienta mía. De sólo pensar que serás de otro, me asaltan ideas negras. Me siento capaz de todo, hasta de matar. Y no creas que es esto una amenaza. No, es tan sólo una demostración de mi cariño, de mi amor, de mi inmenso, de mi infinito amor. Divina, di una sola palabra, ten un solo gesto y todo se arreglará. No desoigas la voz de mi desesperación, de mi locura, que te ruega, que te implora, que te suplica esa palabra, ese gesto. ¿Verdad que lo harás? ¿Verdad que eres buena, divina? Nunca mujer alguna fue amada como lo eres tú. Nunca hombre alguno amó como te amo yo. Te quiero, divina; te adoro, te idolatro. . . Ya no sé ni lo que digo, ni lo que pienso, ni nada. No veo más horizonte que tú. En ti comienza y acaba para mí el porvenir, la dicha, la vida toda . . . Sé buena, divina; sé buenita conmigo y contéstame. Ten compasión de mí; apiádate una última vez de mi inmenso dolor, de mi infinita pena. Ramiro. |
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