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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 47

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 47

De Ramiro Varela a Beatriz Carranza

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Señorita B. C. — Casilla de Correos 69

Amiga mía:

Nunca un rayito de sol nos parece tan luminoso, nunca su calor es más apreciado que después de una gran borrasca. Por eso le agradezco su carta. Ella me llega en un momento doloroso de mi vida, después de haber sentido el alma azotada por el vendaval de una gran desilusión, que parece no serle desconocida.

No trataré de investigar cómo es que está usted enterada de mi tristeza, como no trataré de investigar quién es usted. No me importa. Me concreto a aceptar el fraternal afecto que me brinda, el consuelo que piadosamente me ofrece, como si él viniera de esa dulce hermanita de que me habla.

Sin embargo, su sinceridad reclama una correspondencia de franquezas: ¿Cree usted posible el hacerse amar por mí? Yo sin conocerla, sin poder ofenderla, pues, no lo creo. Y no por usted, sino por mí.

Quiero imaginarla con todas las cualidades, con todas las virtudes, con toda las bellezas. Y aun así, con todas las excelsitudes con que presumo su realidad, no me siento capaz de alentar sus esperanzas.

Hay plantas que sólo florecen una vez en la vida. Si el tiempo les es propicio, las flores cuajan en fruto y logran cumplir su misión. Si, por el contrario, les es adverso, se deshojan en una definitiva anulación y ya no es dable esperar nada de ellas, por más calor, por más luz con que las acaricien los rayos de un sol que llegó tarde.

Y yo soy así, amiga mía. Me siento incapaz de amar. Quizá mis flores eclosionaron antes de tiempo, cuando aun la Primavera no había llegado, y el último cierzo del invierno acaba de marchitarlas. Y el tibio, el dulce y luminoso rayito de sol de su simpatía no va a lograr hacerlas revivir nunca.

Por eso se lo advierto. Yo nunca podre amarla. Llevo en el alma el veneno de una desilusión que esterilizará todos sus esfuerzos, no permitiendo que germine más que lo único que puedo ofrecerle: mi amistad. Y eso es muy poca cosa para que pueda conformarla.

¿No le parece entonces que la relación que usted inicia está destinada al fracaso? Piénselo bien. Yo no quiero llevar sobre la conciencia la culpa de haber causado, conscientemente, una desdicha. Es tan hermoso el amor, que es un crimen desengañarse de él cuando podemos evitarlo. Y mi tristeza, mi melancolía, que nadie ni nada sabrá curar, es un enemigo formidable de la ilusión.

Ya ve usted cómo la trato fraternalmente, como a una hermanita buena e inexperta, que necesita más de mi consejo que de mi ternura.

Y ya que esta última está velada, si es que no la fastidia a usted, acepte el primero, que con toda sinceridad y con todo corazón le ofrezco.

Y ahora, mi mano de amigo. Ramiro Varela.

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