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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 10

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 10

De Antonieta Lear a Ramiro Varela

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Mi todo:

¡Te has ido! . . . ¡Con cuánta tristeza resuenan en mis oídos estas palabras! Es inútil que me repita que tu ausencia sólo durará dos días, que pasado mañana volveré a estrecharte entre mis brazos. . . ¡Se ha ido, se ha ido!, murmura una voz interior, y al oírla me estremezco toda entera, como si soplara sobre mí una racha helada, un presentimiento trágico.

¡Oh, mi Ramiro, mi dulce bebé! Si tú pudieras imaginar cuánto y cuánto te quiero; si pudieras sospechar aun remotamente la intensidad de mi cariño, no te hubieras ido. Ya sé lo que me dirás: que tu padre te reclamaba, que es tan sólo una ausencia de dos días, que sólo permanecerás uno en Mar del Plata, que te portarás bien, que no tratarás de ver a esa chica de Gamboa que se interpone entre nosotros como un convidado de piedra, que tonificado tu amor por la ausencia tus besos serán más fuertes, tus caricias más ardientes.

Sí, todo lo sé. Yo también, después de dos días sin verte, gustaré en tus labios dulzuras nuevas. Tus besos me parecerán más sabrosos, tus caricias me enloquecerán más que antes; voy a sentir la enorme alegría de verte retornar; pareceráme que te reconquisto, y después de la gran inquietud producida por tu ausencia, ¡con cuánto ardor, con cuánta fuerza voy a estrecharte entre mis brazos!

Sin embargo, preferiría que no te hubieses ido. Yo, que siempre me he burlado de los celos y de la intolerancia en amor, desde que te quiero me he transformado por completo. Siento celos de todo el mundo. No puedo soportar que nadie te mire, que nadie converse contigo, que puedas hallar una distracción fuera de mí, que la vida pueda tener el más ligero encanto para ti cuando no estoy a tu lado. Me parece que me perteneces, que eres mío, todo mío, exclusivamente mío, como si fueras un hijo, como si fueras una obra propia, como si fueras una cosa, como si fueras el más íntimo de mis pensamientos, el más intenso y recóndito de mis deseos.

Te quiero integralmente, exclusivamente, absolutamente, sin compartirte con nadie, no ya con otra mujer, sino ni con un amigo, ni con un deseo extraño a mí, con una inclinación a un arte, a un estudio, a nada que no sea yo.

Te deseo todo, en tu presente, en tu futuro y en tu pasado. Gozo pensando que antes que mí, ninguna mujer pasó por tu vida, nadie te grabó en el corazón un recuerdo y que puedes amarme libre de añoranzas, sin un pasado con el cual establecer comparaciones, sin nada, nada que echar de menos.

Quiero también llenar tu presente, quiero desalojar de tu vida a todo lo que no sea nuestro cariño. Te quiero aislado de afectos, de amistades, de preocupaciones, de penas y de alegrías. Quiero que todo lo tengas por conducto mío. Que no tengas más amigo que yo, más consejero que yo, más amante que yo. Quiero ser la única que provoque tus simpatías, tus inclinaciones, tus ansias, tus deseos.

Quiero que todo me lo debas a mí. Que el mundo exterior se borre para no quedar sino yo y mi cariño.

Te desearía pobre, miserable, sin familia, inútil para el trabajo y para la lucha, para ser yo tu providencia, para que todo lo tuvieses de mí, desde el pan hasta el placer; para ser yo la que apagara toda tu sed, para ser yo la única que te brindara un regazo, la única que te arrullara para hacerte dormir, la única que por la mañana te despertará con una canción.

Sí, porque quiero que tu carne no sienta necesidad de otra carne que la mía; que tus labios no conozcan nunca otros labios que los míos; que tus penas no hallen más consuelos que los que yo te otorgue; que tus alegrías sean imposibles no siendo a mi lado, que tu futuro todo esté lleno de mí, como el presente y el pasado.

A tu lado me siento madre, esposa, hermana y amiga. En ti se ha refugiado mi vida toda. Fuera de ti, el mundo es una cosa triste y tonta; un páramo desolado donde la vida es imposible; un infierno maldito donde se sufre la tortura de no tenerte.

¡Oh, Ramiro, mi bebé adorado! Hablándote de mi cariño me siento como loca. ¡Cómo te has de burlar de mí! Pero no, no lo harás, porque tú también me quieres. Aunque infinitamente menos que yo, también me quieres. Déjame que me lo repita una y mil veces. Tú también me quieres. . . i Qué dulce melodía paréceme que alberga esta frase! . . . Tú también me quieres.

¡Qué feliz soy con tu cariño! ¿No es verdad que nunca acabará, que ha de ser eterno, Es verdad que tú . . . pero no quiero seguir aburriéndote con mis cosas. Temo asustarte; que me llegues a ver como a un pulpo de inevitables tentáculos que se ha apoderado de ti y que ya no ha de soltarte, que ha de absorberte todo entero. ¿Y quieres que te diga una cosa? Quisiera serlo. Quisiera en una noche de fiebre y de locura estrecharte en un mortal abrazo, y que ambos, llevando en los labios el sabor del último beso, en los ojos la visión de los ojos del otro, y en el cuerpo el cansancio del último espasmo, bien apretados, bien unidos, nos sumiéramos para siempre en el sueño del cual no se despierta.

¿No es verdad que sería hermoso?

¡Bah! Qué tonta soy. Seguramente que te doy miedo, que empiezas a temer un cariño como el mío, capaz de todo, por conservarte, aun del crimen . . . Pero no me hagas caso, ríete de mis locuras y quiéreme siempre, mi Ramiro quiéreme siempre, mi bebé. . .

Antonieta.

P. S. — Ayer te escribí esta carta con intención de no enviártela. La leerías hoy, a tu llegada. La escribí porque necesitaba hablarte, forjarme la ilusión de que seguías a mi lado, de que no te habías ido.

La leeremos juntos, pensaba, y luego nos besaremos.

Esta mañana, cuando me aprontaba a vestirme para recibirte, me trajeron tu telegrama, en que me anuncias la postergación de tu venida. ¡Qué triste me puse!

He quedado como un niño al que se le ofrece un juguete o una golosina, y luego de mostrársela, no se la dan. Porque tú, Ramiro mío, eres la golosina más dulce que he saboreado en mi vida; y yo, cuando se trata de mi amor, me siento una niña, una pobre criatura sin otro afán que el de tenerte.

Te envío, pues, esta carta, y no espero que me contestes, sino que vengas. ¡Hasta mañana!

A.

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