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Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 2

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 2

De Ramiro Varela a Antonieta Lear

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Acabo de llegar a casa, enloquecido por su beso y temblando de ira contra mí mismo. ¡Qué tonto, qué infantil debí parecerle esta tarde!

Cuando todo en mí me impulsaba hacía usted, cuando sentía que las rodillas se me doblaban solas al pararme al lado suyo, cuando el corazón se ahogaba en sus latidos, cuando subían hasta mis labios las palabras que con toda mi alma quería decirle, cuando todo yo no era más que la expresión de un deseo, de un amor inextinguible, de una pasión que todo lo avasalla, permanecí mudo, ruboroso delante de usted, sin atreverme a decirle una palabra, a dirigirle una mirada, a aventurar un gesto. Por eso de la lucha entablada entre mi deseo y mi respeto, en un momento en que aquél venció a éste, mis labios le robaron un beso ... Y ahora que lo pienso con sosiego, en vez de pedirle perdón, sólo ansío poderle sacrificar cualquier cosa, la vida misma, con tal de volver a besarla. Si usted viera lo que pasa en mí, si yo pudiera convencerla de la calidad de mi cariño, quizá fuera menos severa. Pero ¿cómo demostrarlo? ¿Cómo decirla todo lo que sufro? ¡Cuántas veces, creyendo encontrar un consuelo la imaginé mía! . . . Sentía junto a mi rostro el milagro del suyo, junto a mis labios la púrpura de los suyos, junto a mi cuerpo palpitante, diabólicamente hermoso . . . ; sentía la dulzura de sus caricias, y mi pobre espíritu dolorido, sintió cerrar todas sus heridas, al contacto del bálsamo milagroso de su ternura. . . ¡Oh! La palabra humana es tan pobre para expresar lo que yo sentía, para dejar entrever tan sólo reflejo de la dicha inefable que yo gustaba, que renuncio a ello, como renuncio a pintar la desesperación de los amaneceres en que todos los sueños se esfumaban, y en que la realidad, despiadadamente, reía de mi pobre cerebro, enfermo de ilusión.

Entonces, quiero olvidarme, aturdirme, no pensar más, y ansío la misericordia de un instante de paz, de quietud, de olvido. Pero todo es en vano. Tu imagen se estereotipa en la retina, y tu recuerdo se graba a fuego en el corazón, como una de esas músicas que una vez escuchadas no quieren dejar nuestros oídos.

¡Oh, Antonieta, Antonieta mía! Eres una hechicera, de peligroso poder, a cuyos mágicos conjuros me he transformado todo entero. Porque del hombre que era yo ayer, de mis pasiones, de mis cariños, de mis ansias, de mis odios, nada queda ya. . . nada que no sea un inmenso deseo, una sed inextinguible de ti, una angustia infinita de no tenerte, una tortura de presentir la vista de lo que aun no he visto, de imaginar el gozo de lo que aun no he gozado. . .

Antonieta, Antonieta mía, por tí, por tu cariño, por tu capricho, por una de tus caricias, por un solo gesto tuyo, siento hervir en mi sangre el germen de todos los heroísmos y el de todas las bajezas. Por ti sería santo, por ti sería criminal, porque mi carne, lo mismo que mi alma, es toda tuya. jOh, si me quisieras un poquito, si pudiera encender en tu alma la débil llama de un cariño, con cuánto gusto echaría en ella para avivarla, y como un holocausto, toda mi vida, como se echa un puñado de incienso en un incensario . . .

Y ahora, ¡adiós! No quiero seguir. Siento que me volvería loco. Perdóneme si la he tuteado. Pero es que la siento tan mía, como si por propio derecho me perteneciera, como si Dios mismo me la hubiera dado. . .

Ramiro.

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