En el año 1109 ocupó el trono de Castilla la mayor de las hijas de Alfonso VI, Doña Urraca, de la cual hablan tanto las historias. Esta dama quedó viuda de su esposo el príncipe Raimundo de Borgoña y al cuidado de un hijo. Pasó a segundas nupcias con el rey de Aragón, Alfonso I, el Batallador. Sobrevinieron guerras intestinas, concluyendo el estado anárquico del país con una guerra que sostuvo Castilla frente a los aragoneses. Y en esta guerra surgió una heroína: doña María Pérez de Villanañe, llamada por el pueblo «La varona de Castilla».
Era de una corpulencia gigantea. Hacía la vida de los hombres. Montaba a caballo al estilo masculino, manejaba la espada y el mandoble como un hércules. Y es fama que peleó cuerpo a cuerpo con el vigoroso monarca aragonés Don Alfonso, el Batallador. Ella no era un modelo de austeridad. Aunque virtuosa y honesta, la condición de su alma y las exigencias de su fisiología la imponían un régimen de comida, abundantísimo y de grandes libaciones. Dícese de ella que devoraba medio carnero asado sobre las ascuas del pino, y libaba un cántaro de vino sin que le alterase la condición moral este exceso.
Llegó a muy vieja. Tuvo 16 hijos y 47 nietos. Y ella decía en la hora de la muerte:
-Ninguno de mis herederos es capaz de hacer lo que yo he hecho. Ellos son aniñados, endebles, cobardicos... Sin duda la Varona de Castilla se llevó toda la energía de la raza. |