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José Ortega Munilla

"Los marineros de Ciérvana"

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Tchaikovsky - 18 Pieces, Op. 72, no. 12 "L'Espiegle"
 
Los marineros de Ciérvana
 

Últimamente se han verificado en Bilbao y en San Sebastián regatas de traineras, esto es, de las lanchas que se dedican a la pesca de la sardina. Así se nombra a las navecillas que actuando con la traína, red extensa y honda que se cala rodeando un banco de sardinas. Es una chalupa de construcción muy fina en sus entradas y salidas de agua, plana en su cuaderna de maestra, de madera ligera, y de escaso calado. La trainera va tripulada por veinte o más marineros que han de remar rápidamente para que el ágil pescado no huya en el momento de su captura. Así, los remeros de este pequeño barco han de ser recios, de poderosa musculatura, superiores a la fatiga que produce tan violento ejercicio.

En una de esas regatas ha alcanzado la victoria una trainera de Ciérvana, lugar de Las Encartaciones que, con los lugares de Muzquiz, Abanto de Suso y Abanto de Yuso, forma el Ayuntamiento de Cuatro-Concejos, en el valle de Somorrostro. El premio era de 12000 pesetas, cantidad considerable para aquellos hombres humildes, virtuosos y austeros.

Triunfo tal debe ser destacado. La trainera vencedora, según refieren los que han asistido a la competencia, volaba sobre las olas al empuje de los brazos de sus impulsores. Estos, que iban casi desnudos, metían las palas en el agua con ritmo perfecto, y a cada empuje saltaba la lancha, más como si flotara en el aire que como si estuviera metida en el mar. Fue un espectáculo admirable. Allí se veía a donde llega el esfuerzo del marino en el dominio de las olas, con las que combate a diario. Gente sobria, de costumbres puras, de higiene aprendida en los hábitos de la raza, son los remeros de Ciérvana modelo de poder. Y sus almas son tan fuertes como sus cuerpos. Músculo y fe, honradez y trabado, dignidad social y modestia, forman los méritos de esos dominadores de la tempestad. Más que seres humanos, parecen alciones, los de largas alas, que vuelan más a gusto cuanto más dura es la tormenta.

Mientras los hombres de las ciudades se avillanan y depauperan fisiológica y espiritualmente, estos remeros perduran en la virtud y en la energía primitivas. Allí no hay vicios ni contiendas. Allí impera el deber. Los nacidos al pie de Somorrostro sienten el amor a Dios y el respeto a sus ministros. Antes de cada salida a los peligrosos mares de la Cantabria, una oración. Después de cada retorno, con el fruto del arriesgado oficio, una Salve a su Santa Patrona la Virgen del Mar, que se venera en una ermita del terruño. De esta suerte los ánimos van seguros. Morir no es nada cuando de tal manera está dispuesto el pecador a las divinas sentencias.

Yo quisiera que estos marineros de Ciérvana vinieran a Madrid y fuesen en viaje peregrinante por las grandes ciudades hispanas, para que los hijos de los obreros sindicalistas, los frecuentadores de tabernas y clubs los admirasen. Sería un ejemplo que daría resultados de propaganda. Más que artículos y peroraciones convencería ese pequeño batallón de luchadores que viven en el ambiente de la naturaleza, libres de la atmósfera envenenada de los magnos centros de población. Se advertiría cómo el hombre que cultiva su propia calidad moral, en la devoción de las ideas eternas, se eleva sobre las miserias y se ennoblece en el sacrificio. En las horas de tedio y de desesperanza, un rato de coloquio con uno de los tripulantes de la trainera de Ciérvana nos confortaría. Las palabras del pescador nos indemnizarían de tanta desventura como nos cerca. La voluntad ingente y sana de ese dechado de españoles nos animaría para seguir en la lucha en que estamos empeñados.

Los traineros de Ciérvana, así que llegaron a Bilbao, fueron a rendir su gratitud a la Virgen de Begoña. Un viejo sacerdote les dijo la misa, que ellos oyeron devotamente. Terminado el divino sacrificio, el oficiante habló con los remeros vencedores, alabó su religiosidad y les dijo cosas que a ellos les pusieron lágrimas en las pupilas. ¡Escena hermosísima! El cura decrépito que acababa de recibir en sus manos el cuerpo de Dios, y los humildes marineros formaban allí, en el atrio de Begoña, un conjunto de emocionante grandeza.

Esos mismos remeros fueron a San Sebastián para asistir a otras regatas y para saludar reverentes al ministro de Marina y al almirante, jefe de la Armada, que ellos sabían que estaban en el Club Marítimo del Abra. Ambos dieron la mano a todos los pescadores ciervanos, y el almirante elogió su vida y su victoria, y les dedicó los plácemes que correspondían. «La boga larga que practicáis -les dijo-, demostrativa de una grande flexibilidad de cintura y de riñones sanos y recios, es una boga ideal. Conservad siempre el honroso puesto que habéis ganado...»

Estas palabras llenaron de alegría a los pescadores, quienes vitorearon al ilustre marino con un calor y un entusiasmo cuya sinceridad vibraba en las voces de los hijos de la ola.

Esta anécdota hubiera pasado inadvertida sin el relato que me ha dirigido un hijo de Abanto de Suso, clérigo sabio, a quien agradezco la merced.

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