En los tiempos del triste rey Alfonso X, el Sabio, había en Valladolid un griego que llegó allí como criado de uno de los maestros del orientalismo literario a quienes el monarca de las Cantigas había llamado para que le ayudaran en ciertos trabajos de erudición. El sabio murió. Su siervo quedó en Valladolid. Y pronto ganó fama de adivino, de astrólogo y de descubridor de los secretos de la Naturaleza.
Cisóforo, que éste es el nombre del sujeto, anticipándose a los siglos, había descubierto la manera de que los vegetales crecieran rápida y abundantemente. Los modernos abonos químicos fueron en realidad inventados por Cisóforo. Díjose de él que era hereje, enemigo de Dios, afiliado a las huestes diablunas. Los doctores de la Iglesia intervinieron. Fue interrogado.
El Comisario de la Fe dijo:
-Se asegura que tú tienes parte con el Enemigo. Y que por eso consigues que sembrada una semilla ahora, florezca y dé fruto cinco horas después.
Contestó Cisóforo:
-Eso no es cierto, no tengo parte con el Demonio. Lo que sí he hecho es estudiar mucho, analizar los problemas de la Botánica. Y he hallado manera de que prosperen rápidamente las plantas, sin que para eso tenga que intervenir el maleficio.
Hízose la prueba. En una horterilla, de cabida como de media azumbre, puso Cisóforo cuatro puñados de tierra hortelana. Enterró allí dos docenas de granos de trigo. Tapó la cazuelita.
Y dijo al Comisario:
-Ruégole, señor, que ate con una cinta la vasija, ponga su sello de cera y la tenga en su poder, y yo vendré a verle a la hora en que ya habrá fructificado la semilla.
En efecto. Seis horas después llegaba Cisóforo a la casa del Comisario.
-Ya se habrá operado eso que llamáis milagro o maleficio, y que no es sino el cumplimiento de una ley de la Naturaleza.
Habíanse reunido para presenciar el suceso todos los notables de la ciudad. Hasta el arzobispo quiso asistir al ensayo. Roto el precinto, quitada la cobertura de la horterilla, todos quedaron pasmados. Los tallos del trigo habían crecido tanto que ya se doblaban por no tener espacio suficiente.
Intervino el arzobispo, y preguntó a Cisóforo:
-Si esto no lo haces por maleficio infernal, ¿cómo lo haces?
Y Cisóforo se hincó de rodillas, levantó juntas las manos, rezó la oración de Santa María, y luego dio la respuesta.
-Es que yo he estudiado mucho, es que yo me he pasado los días y las noches viendo cómo las plantas crecen, viendo cómo las tierras dan de sí energías creadoras. Y añadiendo al poder de la tierra ciertos ingredientes químicos que yo he inventado, se da este fenómeno.
Quedó destruida la acusación que el vulgo levantara contra Cisóforo. Y el Arzobispo le tomó a su servicio para que cuidara de los jardines del palacio de Su Eminencia. |