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Edgar Neville

"La urraca ladrona"

Biografía de Edgar Neville en Wikipedia

 
 
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Música: Tchaikovsky - Album for the Young Op.39 - 8: Waltz
 

La urraca ladrona

—¡Un día te ocurrirá algo gordo! —le decía su madre a aquella urraquita que había salido tan traviesa.

—¡Mariquita, no seas mala, mira que tendrás tu castigo!—gritaban los que la veían jugarse la existencia en todo momento.

Pero Mariquita no hacía caso de las advertencias. Como doña Eulalia, había decidido vivir su vida y no prestaba atención a los consejos.

La verdad es que daba gusto verla volar por las ramas más altas de los árboles.

—¡Se va a matar!—decían los topos. Pero no era sólo la aviación el deporte predilecto de Mariquita..., sino que la cleptomanía guardaba para ella sus encantos.

Mariquita era una completa ladrona, tempranito se iba junto a la vía del ferrocarril; allí estaba el mirlo cantando la sonata que le dictaban las golondrinas posadas en el pentagrama del telégrafo, y Mariquita, cautelosamente, llegaba y, ap, ap, ap... se iba tragando las notas del mirlo. Después se quedaba junto al poste del telégrafo, curioseando y enterándose de todos los telegramas que pasaban.

Por la noche, con su frac natural, se marchaba a las casas de campo donde habla fiestas, se metía por la ventana, evitando el guardarropa, y quedaba mezclada con los concurrentes.

Como siempre que estaba en el suelo, adoptaba la postura de ponerse las manos en la espalda y pasearse de un lado a otro con toda la impertinencia del gesto; la gente reparaba en ella, a veces, pero se limitaba a decir: Que invitado más bajito.

En cuanto a los dueños, lo tomaban por uno de los criados de última hora.

Mariquita mientras tanto robaba todo lo que podía, satisfecha de verse convertida en ladrón de guante blanco. A primera hora les quitaba a las muchachas todas sus sonrisas; después, a los caballeros los despojaba de la ficha del guardarropa. Amargaba la alegría de todos los bailes, y como siempre ocurría eso, en los que había concurrido, la gente comenzó a darse cuenta de ello y a murmurar:

—¡Ese invitado bajito es un pájaro de mal agüero!—decían.

Una noche, la dueña de una casa se atrevió y, dirigiéndose a ella, le pidió explicase su conducta y su presencia allí.

Mariquita guardó silencio un momento, y después comprendió que, como era un pájaro, no se había enterado de lo que le habían dicho, y lo que hizo fue echarse a volar y desaparecer por la ventana. La gente, al verla volar, había exclamado:

—¡Pero si era un pájaro!

Desde entonces volvió a realizar sus travesuras en el campo, y sus mayores le volvieron a advertir los peligros que corría:

—¡No te subas a los árboles! ¡No cojas nidos, que los animalltos son del Señor!

Pero Mariquita se pasaba el día trepando en busca de los nidos más altos. Y un día sucedió lo esperado: el pájaro se había empeñado en llegar a un nido colocado en una rama muy fina, y cuando estaba cerca de él y los de abajo daban gritos de espanto, la rama se quebró y la pobre Mariquita se vino abajo..., ya para siempre... Sin vida, sirvió para un sombrero de señora de compañía.

Y entonces volvió a entrar en las casas, que era en definitiva su mayor distracción; pero se quedaba en las antesalas, con los percheros y las tarjetas de visita, a las que doblaba el pico para entretenerse.

Extraído de la revista "Gutiérrez" del 18 de Junio de 1927

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