Amado Nervo en AlbaLearning

Amado Nervo

"Un sueño"

Capítulo 5

Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning

 
 
[ Descargar archivo mp3 ]
 
Música: Debussy - Reflets dans l'eau
 
Un sueño
<<< 5 >>>
     

Domenikos Theotokopulos

 

A las dos, en efecto, y cuando Lope y Mencía habían concluido su sencilla pitanza, volvió Gaetano con ánimo de llevarse a Lope.

-No le retengáis mucho -dijo Mencía al italiano-. La tarde será calurosa; si volviese a tiempo, holgaría de pasear con él.

-Tarde obscurece ahora -respondió Gaetano-. A las cinco le tendréis de regreso.

Mencía despidió con tiernísima mirada a su esposo y fuese a continuar su bordado, mientras los dos jóvenes se alejaban cogidos del brazo.

Cuando llegaron a la casa del Greco, éste comía aún, en una gran pieza, donde en cierta confusión había telas y muebles de bella y rara apariencia. Veíanse por todas partes bocetos y dibujos, entre ellos algunos del Tiziano; bronces y mármoles mutilados, de Grecia y Roma; varios paisajes del Archipiélago, especialmente de la isla de Candía; copias en yeso de monumentos antiguos, entre ellas una admirable reducción de la Acrópolis; medallas, maderas talladas, etc.

El Greco y un caballero, principal a juzgar por el acicalamiento y belleza del traje, daban fin a suculenta comida, que cuatro músicos amenizaban, desde un ángulo de la vasta pieza, tañendo bien acordados instrumentos.

Era el pintor muy joven aún: de treinta y dos a treinta y cinco años representaba apenas, no obstante los asomos de calvicie, que habían despoblado ya y ensanchado su frente. Llevaba la barba no muy espesa y terminada en punta, la cual alargaba aún más su rostro, ya largo de suyo. Su nariz era de aguileño corte, aunque quizá un poco grande; sus ojos no muy brillantes ni expresivos, y sus orejas algo desproporcionadas. Hablaba en italiano a su amigo, con voz áspera y parecía referirle con animación una historia.

En el mismo idioma saludole Gaetano, añadiendo algunas palabras lisonjeras para presentarle a Lope, quien, un poco intimidado, se mantenía a cierta distancia.

-Sentaos, don Lope -dijo sin ceremonia alguna el Greco, en el peor español del mundo y con el más detestable de los acentos. Y señalando al caballero que con él comía, el cual representaba poco más o menos su edad, y que con una simple inclinación de cabeza había respondido al saludo de Lope y de Gaetano, agregó, dirigiéndose primero:

-Mirad bien a este caballero y decid si os place su retrato -Y le indicaba en caballete cercano, un lienzo, empezado, como los otros, numerosos, que se veían por todas partes.

En él, el caballero aparecía de pie y de frente, con la mano izquierda, larga y espatulada, apoyándose sobre el pecho, separados el pulgar, el índice y el dedo meñique, y unidos los otros dos en esa elegante disposición tan cara a los viejos maestros. La barba, negra y puntiaguda también, caía con cierta austeridad sobre su gola blanca, y sus ojos tranquilos parecían ver, sin mirar, un punto lejano. Al lado izquierdo, abocetado aún, se percibía el puño de su acero.

-Admirable es el lienzo -exclamó sinceramente Lope.

-¿Os gusta, eh? Pues a vos también he de retrataros un día -respondió, visiblemente complacido, el pintor.

-¿Sabéis, Gaetano, que vuestro amigo tiene una fisonomía interesante? -agregó-. Mi maestro el gran Tiziano afirmaba que no se deben retratar sino aquellos rostros en los que la naturaleza ha impreso un especial carácter. No era él, ciertamente, un retratista complaciente, y aun los príncipes hubieron de insistir para que los pintase.

La acogida un poco brusca, pero llana y cordial del joven maestro, había quitado a Lope hasta la última brizna de su timidez característica en su nuevo estado.

Era grande su admiración por el Greco, que si no gozaba aún de la notoriedad que le dieron después en Toledo (quizá más que sus amigos, sus opositores, dispuestos siempre a hablar de su extravagante condición y manera), empezaba ya, sin embargo, a retratar a muchos hidalgos de Castilla, imprimiendo en todos estos trabajos su imborrable sello; y la idea de que él también merecería ser pintado por aquella mano maestra, le llenó de alegría.

La conversación se generalizó a poco y se volvió animada.

Theotokopulos habló de Italia; de su llegada a Toledo; de la impresión que esta ciudad admirable hizo en él; de cómo la había pintado y cómo la pintaría aún muchas veces; de sus desacuerdos con el Cabildo de la Catedral, que después de una tasación injusta, sólo le dio por uno de sus cuadros más trabajados, «tres mil e quinientos reales»; del Rey, que no entendía ni gustaba sino a medias su arte, y que frecuentemente hacía que le fueran a la mano en sus cuadros, cosa que a él le irritaba más allá de toda ponderación; y, por último, de un gran lienzo que le habían encargado para la iglesia de Santo Tomás, esa vieja mezquita renovada en el siglo XIV por el Conde de Orgaz, y cuya graciosa y elegante torre mudéjar era la que más en Toledo le gustaba.

-¿Y qué cuadro será ese, maestro? -preguntó Lope.

-Será -respondió Domenikos-, el entierro del dicho Conde de Orgaz, que murió en 1323, y en el cual ha de verse la aparición de San Esteban y San Agustín. Magna obra ha de ser, lo aseguro; de una ordenación y composición muy laboriosas. Toledo entera aparecerá en el lienzo, asentada en su trono de piedra, y haré de cada uno de los personajes que figuren en el cuadro un verdadero retrato.

-Vos -añadió dirigiéndose al caballero su comensal-, por de contado que figuraréis allí. Afortunadamente -siguió diciendo con ironía-, este cuadro no es para el rey Don Felipe, y así no le pondrá peros.

-A propósito, maestro -insinuó Gaetano-, Lope desearía acompañaros a ver al Rey, que tan pronto os recibirá. ¿Permitiréis que vaya conmigo?

-Vaya en buena hora -respondió el Greco-, si así le acomoda; que como en la antecámara real no pongan reparos, yo no he de ponerlos.
Inicio
<<< 5 >>>
  Índice Obra  
 

Índice del Autor

Cuentos y Novelas de Amor

Misterio y Terror