A Francisco A. de Icaza
Un día llegará para la tierra, dentro de muchos años, dentro de muchos siglos, en que ya no habrá nubes.
Esas apariciones blancas o grises, inconsistentes y fantasmagóricas, que se sonrosan con el alba y se doran a fuego con el crepúsculo, no más, incansables peregrinas, bogarán por los aires.
Los grandes océanos palpitantes, que hoy ciñen y arrullan o azotan a los continentes, se habrán reducido a mezquinos mediterráneos, y en sus cuencas enormes, que semejarán espantosas cicatrices, morará el hombre entre híbridas faunas y floras.
Debido a incesantes filtraciones, el agua en las honduras de la tierra, amalgamada con otras substancias, tendrá otras propiedades y se llamará de otro modo.
El sol, padre de la vida, llegado a un ciclo más avanzado de su evolución, alumbrará y calentará menos. Su luz, que en épocas prehistóricas pasó del blanco al amarillo, habrá pasado ya del amarillo al rojo, como Antarés y Aldebarán.
Por efecto del menor calor y del menor caudal de las aguas, la evaporación habrá de ser muy menos considerable que ahora, y una gran sequedad reinará en la atmósfera.
¡Ni nubes, ni lluvias!
El cielo, de un incontaminado azul, se combará serenamente sobre la tierra.
Por las mañanas, un leve tinte rojo, en el orto, anunciará la aurora; por las tardes, un decrecimiento brusco de la luz presidirá a las tinieblas.
No más volcanes ignívomos, no más prodigiosas cordilleras de oro, no más inmensos abanicos de fuego con varillajes nacarados, no más piélagos de llamas, no más entonaciones malva, lila y heliotropo, entre las cuales brille la estrella de la tarde. Los poetas experimentarían una suprema tristeza; pero ya no existirán los poetas. El último se habrá extinguido hará muchos siglos.
*
La humanidad de entonces, sabrá empero, porque se lo han enseñado, que hubo aguaceros y tormentas sobre la tierra, como hoy sabemos que hubo ictiosaurios y plesiosaurios; sabrá que masas de vapores, fingiendo monstruos de plomizo vientre, rodaban amenazantes, preñadas de electricidad, y que ya fecundaban la tierra con el jugo vital de su seno, ya la inundaban y desolaban.
Sabrá que en algunos climas, días y hasta meses enteros, un velo gris impedía la vista del sol; que había metrópolis donde el azul del cielo era casi un milagro.
Sabrá estas cosas, y acaso también, por las descripciones literarias y por los lienzos, muy raros, que hayan podido conservarse, tendrá una idea de lo que eran las nubes.
Cosa portentosa debían de ser, sobre todo en las transfiguraciones de la aurora y del crepúsculo, ya que encantaron las meditaciones de los artistas y de los sabios, y extendieron su telón de magia y de ensueño sobre el idilio de los amantes; ya que crearon todo un género pictórico y todo un género literario. Cosa maravillosa debieron de ser, cuando había hombres que, no amando ni a la patria ni a la gloria, como aquel extranjero de Baudelaire, podían exclamar sin embargo:
— «J'aime les nuages, les nuages qui passent, là-bas... les merveilleux nuages...»
Cosa imponente debieron de ser cuando el Hijo del Hombre amenazaba con venir a juzgar a la humanidad sobre las nubes del cielo.
Cosa debieron de ser por todo extremo fugitiva, cuando el idumeo Job afirmaba que la vida humana pasa ligera como ellas... sicut nubes.
Y los hombres de entonces, pensativos a veces, querrán evocar la imagen de un estrato, de un cúmulo, de un cirro, de un nimbo; querrán figurarse la gracia alada e imprecisa de un celaje..: y no lo lograrán.
*
Sin embargo, muy de tarde en tarde, casi de siglo en siglo, tal como ahora vienen esos enigmáticos viajeros del éter que arrastran cauda como los viejos reyes, aparecerá en el tenue azul el prodigio de una nubecilla.
Será más leve que el alma de una pluma.
A través de ella, como a través de la tenuidad gaseosa de los cometas, podrán mirarse hasta las pequeñitas estrellas.
Leve, ágil, ideal, nacarada, incomparable, verdadera visión de ensueño, cruzará por el aire.
Todos los hombres saldrán entonces de sus casas para contemplarla. Extáticos permanecerán mirándola y remirándola... y las ondas hertzianas llevarán este mensaje por el haz de la
tierra. «Hoy, en tal región, en tal instante, ha aparecido una nube. ¡Una blanca y maravillosa nube! » |