El proverbio persa dijo: “no hieras a la mujer ni con el pétalo de una rosa”.
Yo te digo: “no la hieras ni con el pensamiento”.
Joven o vieja, fea o bella, frívola o austera, mala o buena, la mujer sabe siempre el secreto de Dios.
Si el Universo tiene un fin claro, evidente, innegable, que está al margen de las filosofías, ese fin es la Vida, la Vida: única doctora que explicará el Misterio; y la perpetuación de la Vida fue confiada por el ser de los seres a la mujer.
La mujer es la sola colaboradora efectiva de Dios. Su carne no es como nuestra carne.
En la más vil de las mujeres hay algo divino.
Dios mismo ha encendido las estrellas de sus ojos irresistibles.
El Destino encarna en su voluntad, y si el Amor de Dios se parece a algo en este mundo, es, sin duda, semejante al amor de las madres. |