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Amado Nervo

"La inaccesible novia"

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Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning

 
 
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Música: Debussy - Reflets dans l'eau
 

La inaccesible novia

     

No pasa una semana sin que, en Ginebra o en Lucerna o en Interlaken o en cualquier otra población suiza, un diario publique, indiferentemente, en lugar secundario, en breves líneas, este o parecido suelto:

«Se ha encontrado, en el Wiggis, cantón de Glaris (pongo por caso), el cuerpo, horriblemente mutilado, de un tal Conrad Leuthard, de Schlieren, de treinta años de edad.

«Conrad Leuthard quería cortar unos edelweiss, pisó en falso y cayó al abismo.

El lector pasa a otra cosa, y ni quien piense más en ello.

Y sin embargo, estos cien, estos doscientos caballeros rubios que perecen por haber intentado la posesión de la apacible, de la fría y divina flor de las nieves, son muy dignos de interés y de admiración.

En los felices tiempos que corren, en que el hermano engaña al hermano, el hijo al padre, el amigo al amigo por unos cuantos pesos; en que a caza del billete de banco va a zancadas la humanidad, y la flor de ella se agota en devoradora lucha, no por la vida, sino por el dinero, o se asesina concienzudamente, ¿no os parece cuando menos original el tipo de esos jóvenes teutones, encandinavos o rusos, de grandes y pensativos ojos azules, que trepan a las más altas crestas nevadas, que bordean los más espantosos abismos, que en cada hora se juegan diez veces la existencia, por una florecita pálida que crece allá, en la más eminente de las rocas vestidas de nieve?

¿Qué Elsa recibió jamás de un Lohengrin, qué princesa vio rendir nunca a su caballero un homenaje de amor tan generoso y digno de la leyenda?

Y esto pasa en pleno siglo XX, mientras las plutocracias del mundo hacen sonar sus grandes carros de oro, a los cuales sigue o va uncida la humanidad, con la consigna suprema expresada en estas dos palabras: «Negocio», «Ganancia».

El edelweiss es una flor enigmática, sin perfume, de corola circular, resistente y algodonosa.

Crece en plena montaña, en los recodos de las rocas, en esos leves remansos de paz que la nieve todopoderosa le forma, en su mar de seda inmóvil. La avidez de que ha sido objeto la impulsa, quizá con el seguro y admirable instinto de las flores de que nos habla Maeterlinck, a prender cada día más alto, a interponer entre ella y sus perseguidores las más hondas simas, los más tenebrosos barrancos, los picachos más esquivos.

Desde lejos se la ve, como a una inmaculada e ideal castellana en su inexpugnable fortaleza glacial.

Es una virgen maravillosa que no se entrega sino a cambio de sacrificios sin cuento.

Lo que exige a sus amadores es de tal suerte audaz, que nos parece una insignificancia el guante arrojado a los leones desde el palco del torneo, por la dama aquélla que probaba así a su caballero, y de que tan bellamente nos habla el poeta alemán

*

Pero los amadores no vacilan ante la prueba.

Todos son jóvenes. Ardores tales no caben en el temeroso corazón de los viejos.

Casi todos son rubios. Hay en su mirada azul el prestigio de las castas leyendas del norte.

Muchos de ellos, después de horas y horas en que reptarán como lagartos, se encaramarán como insectos hasta la cima de verticales rocas, se desgarrarán manos y pies hasta ir dejando sobre la nieve blanca la bermeja huella de su paso, verán, ya al acercarse a la novia altiva y pura, que los separa definitivamente de ella un abismo que sólo el vuelo puede franquear. Otros, al ir a apoderarse de la adorada, en el momento supremo en que extienden la mano para asirla, darán un paso en falso y caerán para siempre en la hondura, enviándole al despedirse el último beso. Otros, más felices, al asirla ya, al llevarla a sus labios en el primer transporte de amor, se derrumbarán con ella, y a ella abrazados irán dando tumbos de roca en roca, de aguja en aguja, hasta dormir el sueño de las nupcias eternas en el tálamo de los glaciares, al cual ha ido la novia con los pétalos manchados de rojo.

Muy pocos volverán triunfantes, con el edelweiss, al hogar de donde salieron, y éstos acabarán por colocarlo en un relicario de oro, con finos cristales; y ante la flor muda recordarán las miríficas andanzas del idilio, y rezarán una bella oración como ante nueva virgen simbólica, que tuvo por padre al cielo y por madre a la nieve.
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Misterio y Terror