Capítulo 15
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Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning | |
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Música: Brahms, Violin Sonata No. 1 - Op. 78 |
El diamante de la inquietud |
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Si estas cosas que te cuento, amigo, fuesen una novela, yo las arreglaría de cierto modo para dejarte satisfecho. Ana María, con quien, a lo mejor, has simpatizado, no se moriría. La haríamos vivir feliz unos cuantos años. Tendría dos hijos: un niño y una niña. El niño sería moreno, como conviene a un hombre; la niña sería rubia, como conviene a un ángel. Yo comprendo muy bien el cariño de un autor de teatro o de novela por los personajes que ha creado y me explico perfectamente el desconsuelo de Alejandro Dumas padre, a quien Alejandro Dumas hijo, encontró llorando cierto día, porque en el curso de Los tres mosqueteros había tenido que matar a Porthos..., el más simpático de sus héroes. Y si comprendo de sobra este desconsuelo, tratándose de seres de ficción (que acaso en otro mundo, en otro plano, existen gracias a sus creadores y acaban por pedir cuenta a éstos de los vicios y pasiones que les han atribuido), imagínate, amigo, lo que me dolerá tener por fuerza que «matar» en esta historia a una mujer que tan intensamente vive en mi corazón... ¡Pero qué remedio si se me murió, amigo! Estábamos en Sea Girt. Era un día de principios de septiembre. Entraba por nuestras ventanas un fulgor vivo y rojizo. El mar tenía manchas trágicas. Un cercano y potente faro, empezaba a encender y apagar su estrella milagrosa. Lo recuerdo: su pálido haz de luz barría en sentido horizontal la alcoba de la enferma y a cada minuto transfiguraba su cara. Quise cerrar las maderas, pero ella se opuso; «no la molestaba aquella luz, al contrario». Yo estaba sentado al borde de la cama y acariciaba su diestra, apenas tibia. Ella se mostraba tranquila, muy tranquila. El muerto, como ya tenía segura su presa, la dejaba en paz. -Ahora siento irme -decíame Ana María con voz apacible y dulce, en la cual no había la menor fatiga. Siento irme porque te quiero y por lo solo que vas a quedarte; pero estoy contenta por dos cosas: lo uno porque ya no fue preciso escapar, escapar una noche impelida por una voluntad todopoderosa y extraña, a la cual en vano hubiera intentado resistir; lo otro porque ahora que repaso los breves años que nos hemos amado, veo que fueron lo mejor de mi vida. A él le amé mucho, pero con reposo; y a ti te he amado mucho; pero con inquietud. Esa certidumbre de que era preciso abandonarte pronto, daba un precio infinito a tus caricias. El destino tuvo para nosotros, disponiendo así las cosas, una suprema coquetería. Imagínate que nuestra vida hubiese sido serena, permanente, monótona, con la íntima seguridad de su prolongación indefinida: ¿me habrías amado lo mismo? -Cállate -interrumpió retirando su mano de la mía y poniéndola dulcemente sobre mi boca-, vas a decirme que sí; vas a hacerme protestas de ternura. Pero bien sabes que no hubiera sido de esta suerte... Mientras que ahora estoy segura de ser llorada, de ser más querida aun después de la muerte que lo fui antes, y esta certidumbre -¡perdóname!- satisface sobremanera mi egoísmo de mujer cariñosa, sentimental, romántica, que leyó mucho a los poetas y soñó siempre con ser muy amada... Ya ves, pues, que no debemos quejarnos. En suma, ¿qué es la vida sino un relámpago entre dos largas noches?... Ya te tocará tu vez de irte a dormir y entonces, ¡qué bien reposarás a mi lado!... Dame un beso, largo... largo... ¡Ay, me sofocas! Dame otro, en la frente; ahora siento que en ella está mi alma, porque el corazón se va cansando... * * * Amigo, ¡no quiero describirte más esta escena! Ana María murió sobre mi pecho, blanda, muy blandamente, y recuerdo que el faro varias veces iluminó con su haz lívido, nuestras cabezas juntas, como con luz de eternidad. |
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