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Amado Nervo

"De la corrección que debemos observar en nuestra actitud para con los fantasmas"

Biografía de Amado Nervo en AlbaLearning

 
 
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Música: Debussy - Reflets dans l'eau
 
De la corrección que debemos observar en nuestra actitud para con los fantasmas
     

Llegamos —dijo el profesor de psiquismo al abrir la clase— a uno de los puntos más importantes de lo que pudiéramos llamar nuestro curso de misterio:

—¿Qué actitud debemos observar ante un fantasma?

Hace algún tiempo —siguió diciendo— las apariciones eran de tal suerte excepcionales, que no valía la pena pensar en ellas.

Las mujeres, ya se sabe, sufrían al verlas un ataque de nervios. Los hombres echaban a correr… a menos que tuviesen un valor a toda prueba.

“Tiene más valor que el que le habla a un muerto”, se decía.

Pero rarísima vez encontraban las mujeres esta ocasión de desmayarse y los hombres de huir. Los fantasmas venían poco a mezclarse a nuestra vida.

Las circunstancias, en los últimos años, han cambiado totalmente.

La humanidad —ciertas clases sociales, en especial— se afina. Nuestros sentidos se aguzan. Hay ya resquicios entre la sombra, a través de los cuales adivinamos la cuarta dimensión…

La eventualidad de topar con un fantasma puede ocurrir a todo el mundo. Conviene, por tanto, meditar nuestra actitud.

—Usted, Méndez —interrogó el profesor dirigiéndose a uno de los alumnos—, ¿qué haría si viese un fantasma?

—¡Echar a correr, señor!

—Haría usted muy mal, Méndez. Cometería usted una imperdonable falta de cortesía. ¿Pues qué (exclamó, animándose el profesor), si un caballero, si un hombre cualquiera pretendiese hablar a usted le volvería usted repentinamente la espalda?

—No, señor.

—Pues entonces ¿por qué adopta usted tal actitud con el fantasma, Méndez?

—Un fantasma no es un hombre, señor profesor.

—Un fantasma es más que un hombre, señor Méndez…

Pero continúo: cuando un fantasma se presenta, hay que considerar desde luego esto: que ha hecho un indecible esfuerzo a fin de materializarse; que tal esfuerzo obedece a un vivo deseo de pedir ayuda (o quizá de darla); que para lograr tal ayuda el fantasma busca un hombre civilizado…

Ahora bien, imagine usted que este hombre civilizado echa a correr... sin darse cuenta del esfuerzo enorme realizado por el fantasma con el único objeto de hablarle… ¡Qué decepción!, ¡qué tristeza para el aparecido!, ¡qué concepto se formará de usted, Méndez!

En Estados Unidos y en Inglaterra, en esos dos países que hemos convenido en llamar civilizados, nadie comete con un fantasma tamaña descortesía…

La buena crianza inglesa, sobre todo, procede en estos casos con finuras y delicadezas poco comunes.

Un inglés, favorecido por la aparición de un fantasma (sí, señor Méndez, no sonría usted: he dicho favorecido y he dicho la verdad; una aparición es siempre una distinción. Los fantasmas no se aparecen a cualquier quidam, a cualquier Nobody of nowhere, como diría el mismo inglés). Un inglés favorecido por la aparición de un fantasma —repito— se dirije a éste con gran comedimiento y le dice:

—¿Qué desea usted, gentleman?, ¿en qué puedo servirle?

Los fantasmas son muy sensibles a estas muestras de deferencia.

En general responden con exquisita finura; exponen brevemente sus necesidades, o bien sus deseos, y desaparecen. No le quitan el tiempo a nadie, porque comprenden su valor. En el otro lado de la muerte, señor Méndez, también el time is money, pero no vil moneda de 21 quilates o de diez dineros 20 granos, sino moneda de perfeccionamiento y de amor…

Suele suceder, sin embargo, prosiguió el profesor después de una pausa, que el esfuerzo del fantasma no le basta para reproducir la voz humana; más aún, que no es suficiente ni siquiera para que la materialización dure mientras se conversa, y en pleno diálogo o en plena aparición el espectro se disuelve o desvanece. En este caso, señor Campomanes, ¿cuál debe ser nuestra actitud?

—Ninguna, señor profesor, puesto que el muerto se ha ido.

—El muerto no se ha ido, señor Campomanes: el muerto está allí, ¿entiende usted? Está allí. Sólo que ya no le vemos porque no pudo llevar adelante su esfuerzo de condensación de la materia. En este caso, debemos seguir dirigiéndonos al sitio desde donde se nos mostró y ofrecerle nuestros servicios. Podemos decirle, por ejemplo:

—Si ya no le es a usted dable materializarse, caballero (repito que son muy sensibles a las buenas palabras), recurra usted a mi mano: vea usted: cojo un lápiz, papel… Dícteme usted… Mueva usted mi diestra.

Si ni aun esto pudiere hacer el fantasma, ofrezcámosle nuestro futuro sueño.

—Esta noche, digámosle, cuando mi alma se desate de las ligaduras carnales, me pongo a la disposición de usted para que se sirva insinuarme lo que guste. Estoy por completo a sus órdenes.

He aquí, Méndez, he aquí, Campomanes, la actitud de todo hombre correcto, ante un fantasma: actitud por alto extremo meritoria.

El hecho de que la muerte nos vuelva invisible a un amigo, a un hermano, a un prójimo, no nos faculta para ser bruscos, despectivos o ligeros. ¿Pues qué, un ciego, porque no nos ve, deja de saludarnos en cuanto se da cuenta de nuestra presencia? Y nosotros, amigos míos, Méndez, Campomanes, Cajiga… ¿qué somos sino unos pobres ciegos ante el Misterio?

Los muertos no son los ausentes, sino los invisibles, creo que dijo Víctor Hugo. Seamos, pues, corteses para con ellos. Los ciegos generalmente son corteses. ¡Seamos siquiera como los ciegos!

Y basta de clase por ahora, concluyó el profesor levantándose.

Nuestra próxima conferencia versará sobre la manera de distinguir a los fantasmas serios de los otros… porque, amigos míos: Cajiga, Campomanes, Méndez, hay fantasmas y fantasmas…

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Misterio y Terror