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Amado Nervo

"La alegrķa de mayo"

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Música: Debussy - Reflets dans l'eau
 

La alegrķa de mayo

     

A vosotros los que vivís en nuestros piadosos climas templados, los que nunca miráis caer las hojas sino cuando hay ya otras nuevas, de un verde tierno, joyantes y satinadas; vosotros los que desconocéis el horror de la llovizna perenne, del viento glacial que aulla días y noches en los recodos de las calles: a vosotros no os es dado comprender en toda su magnitud el hechizo de la primavera que viene, y ese ¡por fin! que se exhala del alma, de lo más hondo del alma, cuando el sol luce sin sombras y los retoños se multiplican y los árboles se ponen a reverdecer depués de habernos mostrado por más de seis meses la lamentable desnudez de sus ramas ennegrecidas, mustias y resignadas, con no sé qué de fatal, a todos los cierzos, a todas las lluvias, a todos los granizos!

Desde que empieza Abril vivimos, como si dijéramos, en perpetuo acecho. No hay mañana en que, detrás de los cristales, no espiemos la vida de los árboles que bordan la calle.

¡Con qué impaciencia buscamos, entre la rugosidad de sus ramazones, esa hinchazón bendita del brote!

Y cuando aparece, ¡con qué ternura la vemos crecer, abultar, redondearse como el pecho de una paloma o de una virgen, hasta que estalla, silenciosa y divinamente, coronándose de un suave verdor!

Desde ese día no vivimos sino con los ojos puestos en el árbol más precoz; porque hay árboles que tienen prematura alma tropical a pesar del apartamiento del trópico, y que se echan a lozanear a destiempo, como nuestros mocitos de quince años, enamorados perdidamente— ¡ya!— de colegialas...

Apenas viene un viento tardío, nos ponemos a temblar ¿si acabará con aquel asomo delicado de primavera? Pero no, las sutiles hojas recién nacidas tienen todo el vigor de la savia nueva, y están adheridas a su tallo con todo el ímpetu de la vida que vuelve... ¡No caerán! Irán, por el contrario, medrando, medrando y esperezándose en torno de la rama negruzca, que dos o tres días antes, mostraba aún, bajo el cielo lívido, su silencioso y trágico ademán.

A juzgar por el amor, por ei júbilo interior tan hondo con que vemos revelarse la primavera, con que la olemos y la aspiramos a pulmón pleno; a juzgar por la emoción que entonces suele mojar nuestros ojos, se diría que no creíamos que volviese, que no teníamos fe en la promesa de los gérmenes ni en nuestras nociones astronómicas.

La primavera es una novia que nos sorprende siempre cuando acude a la cita. En cuanto la columbramos, hay en todo nuestro espíritu una exultación loca.

Anhelaríamos que el ritmo mismo de nuestra sangre fuese como un Te Deum laudamus.

Nuestra incredulidad, nuestro desconsuelo ante la perennidad relativa del invierno, son muy semejantes a los que debieron sentir los refugiados del arca ante el arco iris.

... ¿Volvería la lluvia implacable, después de la ostentación misericordiosa del gran signo de colores? Fue preciso, según la leyenda, para tranquilizar aquellas almas desoladas, que el Eterno jurase que ya nunca más destruiría el mundo.

Así nosotros, cuando se avecina el dulce revivir de todas las cosas: —Qué, ¿es posible — exclamamos— que haya de reventar una primavera más?

—¡Sí, sí, es posible!— nos responden con sus mil lenguas los cielos y la tierra, el sol y el aire, el río, el árbol, la golondrina que oblicúa su vuelo ágil y gallardo,— ¡sí, es posible!

Y la novia, calumniada por nuestro escepticismo, nos convence al fin, apareciendo triunfa y dándonos un beso en plena boca.
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Misterio y Terror