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Señora mía muy amada, gran padecimiento
tuve al escribirte estos mal llamados sonetos
y harto me dolieron y costaron, pero la
alegría de ofrecértelos es mayor que una
pradera. Al proponérmelo bien sabía que
al costado de cada uno, por afición electiva
y elegancia, los poetas de todo tiempo
dispusieron rimas que sonaron como platería,
cristal o cañonazo. Yo, con mucha humildad
hice estos sonetos de madera, les di el sonido
de esta opaca y pura substancia y así deben
llegar a tus oídos. Tú y yo caminando por
bosques y arenales, por lagos perdidos, por
cenicientas latitudes, recogimos fragmentos de
palo puro, de maderos sometidos al vaivén del
agua y la intemperie. De tales suavizadísimos
vestigios construí con hacha, cuchillo, cortaplumas,
estas madererías de amor y edifiqué pequeñas
casas de catorce tablas para que en ellas vivan
tus ojos que adoro y canto. Así establecidas
mis razones de amor te entrego esta centuria:
sonetos de madera que sólo se levantaron
porque tú les diste la vida.
Octubre de 1959.
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