Vaya un ejemplo. En mi tierra
había una doncellita
opilada, con gran riesgo,
de puro comer ceniza.
Sus padres la reservaban
del brasero y la cocina,
de suerte que cuando ella
la daba alcance, embutía
ceniza al sabor del hurto
como si fueran mellizas.
Llegó del caso a la muerte;
y el dotor que la asistía
para curarla fingió
que su muerte era precisa
si de ceniza un brasero
no comiese cada día.
Ella pidió luego a gritos
tan sabrosa medicina.
Trajéronla un gran brasero,
y al comenzar a embestilla,
como ya allí le faltaba
el sabor de prohibida
(que a nuestro ruin apetito
da sazón la culpa misma),
a cada bocado della
la hallaba más desabrida.
Viendo que obraba el remedio,
la daba el dotor gran prisa,
diciendo: —Señora, coma,
que eso le importa la vida.
Y ella, harta ya, entre los dedos
repasaba la ceniza,
y a fuer de tomar tabaco
con cada polvo escupía.
Porfiábala el dotor,
y ella, del todo rendida,
dijo : —Señor, yo no puedo;
quítenla allá, muera o viva.
Y desde allí le quedó
tanto horror a la codicia,
que de quince días antes,
pensando que ya venía,
lloraba en Carnestolendas
el miércoles de Ceniza.
(Yo por vos y vos por otro, jornada 1ª , escena II.) |