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Catulle Mendès

"La risa de la anciana"

Biografía de Catulle Mendès en Wikipedia
 
 
 

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Música: Bach. Minuet and Badinerie (from Orchestral Suite No. 2 inB Minor)
 

La risa de la anciana

 

La pobre vieja reía incesantemente. En los accesos de su risa, sus cabellos blancos se agitaban, mientras la anciana hacía castañetear sus dedos secos y apergaminados.

Nunca he visto a una persona de avanzada edad mostrar hasta tal punto una alegría tan continuada y persistente. Apenas levantada, corría la vieja a contemplar el sol y se echaba a reír. Estaba riéndose durante el desayuno; después, concluido éste, se asomaba a la ventana; más tarde daba un paseo por los alrededores de su casa. Los vecinos de ésta me han contado que por la noche, mientras duerme, aún la pobre anciana se desternilla de risa como agitada por sus sueños alegres.

La risa de la anciana es una risa inacabable. Y a mí me llena de sorpresa ver cómo a la edad en que la tristeza nos invade y la melancolía de los recuerdos nos ahoga, hay una anciana que se ríe, que se ríe sin tregua, que hace de la risa su único objeto y su ocupación única.

-Es preciso creer, le dije un día, que la existencia ha sido para usted un camino de flores, que no habéis tenido durante toda ella sino alegrías y placeres.

-No, no, amigo mío, me contestó con viveza, interrumpiendo sus frases con aquella risa que la ahogaba. La suerte ha sido para mí como para casi todos, muy triste, muy cruel. Cuando joven amé mucho, y el hombre en quien había puesto todo mi cariño y por quien lo sacrificaba todo, me engañó miserablemente. ¡Cuántas lágrimas derramé, desgarrada mi alma, por una traición doble el día que vi a mi amado casado con mi mejor amiga!

Más tarde guardé una fidelidad inquebrantable y demostré una ternura cuidadosa hacia el marido que me deparó la suerte. Este, en tanto, no se acordaba de mí; ocupaba los días en la agitación sin tregua de sus trabajos o de sus ambiciones, y pasaba las noches entre las emociones del juego o entre los placeres que envilecen. ¡Qué de lágrimas vertí durante aquellas madrigadas sin término, en las que, asomada a la ventana, aguardaba en vano la vuelta de mi esposo! La luna, que me acompañaba en mis vigilias, era testigo mudo de mis lágrimas, y el sol, ese sol con cuya vista gozo y río, me hallaba al salir con los ojos enrojecidos por el llanto.

El delirio de todos los sueños no cumplidos, el extravío de un corazón que ha sido hecho para la ternura y que no encuentra quien lo acoja, me arrastró a una pasión donde puse mi esperanza última y suprema. Aquel amor nuevo me prometía una dicha sin interrupción, pero mi sueño se desvaneció como los otros; el hombre adorado me volvía las espaldas, aburrido de mí, encogiéndose de hombros. Loca de celos y de pena, con el alma desgarrada, me aferré a aquella última ilusión que se desvanecía, y cuando seguía a mi amante, espiando sus acciones y sus movimientos pude verle entrar muchas veces en casas sospechosas dando el brazo a mujeres pervertidas.

-¡Triste historia, le interrumpí, nada apropósito para conservar esa alegría!

-¡Ah!, me respondió riendo. Al envejecer he comprendido que en el mundo, donde la muerte es lo único real y positivo, es una quimera creer en la realización de los ideales. La felicidad es casi imposible, y las dichas soñadas, aunque se realicen, no valen la pena de esperarlas ni el dolor que se sufre al perderlas. Y me río de eso, amigo mío, me río a todas horas, y me río precisamente de haber, ¡necia de mí!, llorado tanto.

 

Publicado en "El nuevo tiempo literario", Colombia

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