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Manuel Abril García

"Un carnaval"

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Un carnaval
 

Carnaval... Los polvos de la madre Celestina llueven sobre el mundo. Son polvos de colores; confetti de pica-pica; rapé de oro, como burbujas de champagne, que llegan hasta el sol y le hacen estornudar violentamente...

Las serpentinas, manejadas por un malabarista japonés, trazan rúbricas en el aire.

Por los paseos van las máscaras. Toda la aristocracia del Brinco, el Volatín, la Desarticulación y el Pirueteo. Los Han-lon-lee van por los aires, dando saltos mortales de farol en farol y unos negros bailan al son del jazzband.

Pasa Cyrano, llevando en la nariz a Pulgarcito; y pasa el Padre Cobos, declamando un sermón con grandes aspavientos.

Polichinela tira billetes de banco. Pero no hay que hacerse ilusiones: son anuncios. Los vendedores turcos hacen juegos malabares con los fez, y John Bull, jugando a ser balón, bota sobre su propia panza.

Viene el Diablo Cojuelo con toda su familia de enanuelos, duendecillos, gnomos, chisgaravís y zascandiles; gente minúscula y jovial que enreda y se entromete. Están allí El Espeluzno, El Estornudo, El Remilgo, El Guiño, El Tropezón; están don Friolera y don Traspiés; el inventor de las Cosquillas y el duende de la Muerte Chiquita...

Puck, el geniecillo de la travesura y el retozo, se ha montado en la máquina de un afilador y pedalea vertiginosamente. Va y vuelve; gira y cambia, sin ton ni son; afanado y febril, como buscando el sentido común que se ha perdido.

Todo lo revuelve y atropella; rebulle y se escabulle sin cesar, y atolondra de tal modo que el Ogro se amosca y se traga a Puck, sin más, con máquina y todo.

Pero se le indigesta al Ogro aquel bocado y tienen que operarle en medio del paseo. Le abren la barriga entre todos con ayuda de la espada de Bernardo y extraen a Puck que vuelve a correr, atolondrado. Se abrocha el Ogro la barriga, con unos pasadores, como las pecheras planchadas, y se dirige al Circo en el acto para exhibir allí su «estómago-chaleco».

El-que-inventó-la-pólvora va ensayando en un palo muy largo el procedimiento científico de subir a las cucañas y El-que-asó-la-manteca, quiere a todo trance, para más comodidad, andar con las piernas al hombro.

Se ven, de cuando en cuando, máscaras de gran calidad: son personajes que van al Baile de Trajes que da aquella tarde en su palacio de Tócame Roque, la Marquesa de A mi... ¡qué! Llamada en francés de Sans-Souci, también conocida en España con el nombre de «Aquí me las den todas». Van los invitados por parejas: Hamlet con Mademoiselle de Lespinasse; la Dama de la Media Almendra con Frégoli; Cleopatra con Napoleón; Hinderburg con Caperucita... Un estudiante de la Tuna lleva a las Majas de Llovera, y Falstafft orondo, luce, de un brazo, a su patrona, jamona de buen ver, y del otro a la Maja... vestida. Mefistófeles va con Einstein y Einstein pregunta a Leda:

—Vamos a ver, puntualicemos... ¿Cómo fue lo del cisne?...

En cuclillas sobre un cerdo pasa el Tío Sam, haciendo «ajito» a Colombina, que condesciende, coquetísima... y los tres hermanos que fueron a libertar, uno tras otro, a la Princesa, han domesticado al Dragón y se exhiben en él, lleno el lomo del animal de carteles anunciadores.

Pero todos de pronto se detienen: ha surgido ya, por allá lejos, el cucurucho negro y estrellado del Alquimista Nigromante. Viene a fabricar la noche. Trae un hornillo, una redoma, un librote grandísimo, un maletín y siete u ocho bártulos. Planta su instalación enmedio del paseo. Todos contemplan, con expectación solemne, la operación misteriosa. Encendido el hornillo, colocada en los brazos la redoma, vierte en ella, a chorreoncitos, los líquidos secretos de unos frasquitos chiquitines. Sale a poco por el pitorro de la redoma un humo perla, y, después, otro naranja, y, después, otro rojo, y otro rosa, y otro azul... Suben al cielo, se esparcen por el cielo, se alejan hasta cubrir el horizonte...

—El crepúsculo, señores—dice el Nigromante, mostrando su ejercicio—. El crepúsculo, señores; químicamente puro... ¡Voilá!

Suelta, de una jaula, un murciélago, y el animal, en danza de Mis Fuller, va claveteando por el cielo un terciopelo azul.

Veloz, surge un cohete; pasa horizontal al ras de todas las cabezas; serpentea, se hiergue, y, subiendo perpendicular hasta los cielos, escribe en la altura (nuevo sistema de anuncios): Antifaces invisibles. Última creación.

Luego cae, silbando, hecho una lágrima.

—Señores, un momento—dice el Mago—y dándole al manubrio del gramófono, pone el disco de «El Ruiseñor».

Todos escuchan, silenciosos, en la noche, el canto de aquel animal histórico.

—Es un animal del siglo XIX—explica un erudito-hizo furor allá en sus tiempos.

MANUEL ABRIL

Buen humor (Madrid). 14-2-1926, no. 220

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