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Carlos Luis De Cuenca

"¡Lo que yo me quiero!"

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¡Lo que yo me quiero!
 

Como da la casualidad de que me he visto nacer y no me he separado de mí desde pequeño, no lo puedo remediar, ¡me tengo un cariño loco!

¡Es natural! Después de tantos años de convivencia bajo el mismo techo y comiendo el mismo pan, he llegado a mirarme como cosa mía.

Necesitarla tener un corazón más frió que las escaleras del Metro y un alma más atravesada que el canal de la Mancha, para mirarme con indiferencia; pero, afortunadamente, no es así, y todo lo que me concierne me interesa una barbaridad.

Si de mi dependiera, me hubiera colocado en la más alta posición social, y si estuviera en mi mano, ¡valiente palacio y menudo automóvil tendría yo a estas horas, que son las cinco menos cuarto! ¡Parece mentira, el cariño que se va uno tomando con el tiempo!

Y digo con el tiempo, porque buena diferencia va de lo que me quería yo de chico a lo que me quiero ahora. En aquella época me veía hacer diabluras peligrosísimas y no me hacía ningún caso, o, si me lo hacía, me tenía sin cuidado el riesgo de romperme el alma.

Ahora, en cambio, hay que verme, en cuanto me doy cuenta del menor peligro, con qué solicitud atiendo a evitarle. ¿Que hace demasiado frío, o demasiado calor; que esta bebida es irritante, o que este plato es de difícil digestión? Pues en seguida me lo advierto, y a la menor tentación de exceso en los artículos de comer, beber y arder, ya estoy sobre mí, diciéndome: «¡Muchísimo ojo, que el diablo las carga!»

La época de mi vida en que me he dado más guerra ha sido la juventud, que quizás he prorrogado unos treinta años más de lo debido. ¡Me he dado cada disgusto!

Por un lado, una apatía y una pereza para todo lo serio y útil verdaderamente imperdonables. Demasiado comprendo que el hombre no siempre tiene ganas de trabajar, y hay años que no está uno para nada; pero yo tomaba el descanso por quinquenios, y eso no me lo he debido tolerar de ninguna maneray yo me permito aconsejar a toda persona que se estime que no se consienta lo que yo me he consentido.

Pero es lo que sucede: la confianza en el trato y el exceso de cariño le quitan a uno autoridad, y la mayor parte de las veces que he tratado de corregirme, me he mandado a paseo.

¿Y qué va uno a hacer en estos casos? ¡Vamos a ver! Pues lo que yo hacía: que al ver que mis sanos consejos me entraban por un oído y me salían por el otro, me hartaba de predicar en desierto, y acababa por decirme: «¡Bueno, hijo mío, haz lo que te dé la gana, y allá tu!»

¿Que he debido cuadrarme? Ya lo creo que he debido Como que de casi todas las tonterías que he hecho en este mundo que ahora que las veo juntas me parece increíble que haya tenido tiempo para hacer tantas, tengo yo la culpa por debilidad de carácter. Pero ¿por que lo he de negar? Una de las cosas más difíciles para mí es llevarme la contraria.

He tenido mis discusiones conmigo mismo, sobre todo a posteriori, y hasta me he llegado a convencer de que había hecho mal en meterme en esto o en no haberme salido de aquello; pero me contestaba: «¡Y qué le vamos a hacer, si ya no tiene remedio! ¡Después de todo, para cuatro días que uno vivel...»

¿Qué hacer entonces? O dejarme, o matarme; y, francamente, es mucho más difícil matarse de lo que parece a primera vista.

Pero todos los disgustos juntos queme he dado en esta vida no han amenguado un ápice este cariñazo que me tengo. Y en honor de la verdad, debo reconocer que me he correspondido siempre con la misma ternura.

Ayer mismo, cuando estaba afeitándome, me contemplaba, y había en mis ojos una expresión de cariño tan sincero, que no pude menos de decirme:

— ¡Dios te dé muchos años de vida, porque si tú me faltaras..., no sé lo que sería de mi!

 

CARLOS LUIS DE CUENCA

Buen humor (Madrid). 1-1-1922, no. 5

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