Federico García Lorca en La casa de Bernarda AlbaLearning

Federico García Lorca

"La casa de Bernarda Alba"

ACTO II

Biografía de Federico García Lorca en Wikipedia

 
 
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La casa de Bernarda Alba

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ACTO SEGUNDO

Habitación blanca del interior de la casa

de Bernarda. Las puertas de la izquierda

dan a los dormitorios. Las HIJAS de

Bernarda están sentadas en sillas bajas

cosiendo. MAGDALENA borda. Con ellas está

LA PONCIA

 

ANGUSTIAS

Ya he cortado la tercera sábana.

MARTIRIO

Le corresponde a Amelia.

MAGDALENA

Angustias. ¿Pongo también las iniciales

de Pepe?

ANGUSTIAS

(Seca)

No.

MAGDALENA

(A voces)

Adela, ¿no vienes?

AMELIA

Estará echada en la cama.

LA PONCIA

Ésta tiene algo. La encuentro sin

sosiego, temblona, asustada, como si

tuviese una lagartija entre los pechos.

MARTIRIO

No tiene ni más ni menos que lo que

tenemos todas.

MAGDALENA

Todas, menos Angustias.

ANGUSTIAS

Yo me encuentro bien, y al que le duela,

que reviente.

MAGDALENA

Desde luego hay que reconocer que lo

mejor que has tenido siempre es el talle

y la delicadeza.

ANGUSTIAS

Afortunadamente, pronto voy a salir de

este infierno.

MAGDALENA

¡A lo mejor no sales!

MARTIRIO

Dejar esa conversación.

ANGUSTIAS

Y, además, ¡más vale onza en el arca que

ojos negros en la cara!

MAGDALENA

Por un oído me entra y por otro me sale.

AMELIA

(A LA PONCIA)

Abre la puerta del patio a ver si nos

entra un poco de fresco.

(La CRIADA lo hace.)

MARTIRIO

Esta noche pasada no me podía quedar

dormida por el calor.

AMELIA

Yo tampoco.

MAGDALENA

Yo me levanté a refrescarme. Había un

nublo negro de tormenta y hasta cayeron

algunas gotas.

LA PONCIA

Era la una de la madrugada y subía fuego

de la tierra. También me levanté yo.

Todavía estaba Angustias con Pepe en la

ventana.

MAGDALENA

(Con ironía)

¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue?

ANGUSTIAS

Magdalena, ¿a qué preguntas, si lo viste?

AMELIA

Se iría a eso de la una y media.

ANGUSTIAS

¿Sí? ¿Tú por qué lo sabes?

AMELIA

Lo sentí toser y oí los pasos de su jaca.

LA PONCIA

Pero si yo lo sentí marchar a eso de las

cuatro.

ANGUSTIAS

No sería él.

LA PONCIA

Estoy segura.

AMELIA

A mí también me pareció.

MAGDALENA

¡Qué cosa más rara!

(Pausa.)

LA PONCIA

Oye, Angustias: ¿qué fue lo que te dijo

la primera vez que se acercó a tu

ventana?

ANGUSTIAS

Nada. ¡Qué me iba a decir! Cosas de

conversación.

MARTIRIO

Verdaderamente es raro que dos personas

que no se conocen se vean de pronto en

una reja y ya novios.

ANGUSTIAS

Pues a mí no me chocó.

AMELIA

A mí me daría no sé qué.

ANGUSTIAS

No, porque cuando un hombre se acerca a

una reja ya sabe por los que van y

vienen, llevan y traen, que se le va a

decir que sí.

MARTIRIO

Bueno; pero él te lo tendría que decir.

ANGUSTIAS

¡Claro!

AMELIA

(Curiosa)

¿Y cómo te lo dijo?

ANGUSTIAS

Pues nada: «Ya sabes que ando detrás de

ti, necesito una mujer buena, modosa, y

ésa eres tú si me das la conformidad.»

AMELIA

¡A mí me da vergüenza de estas cosas!

ANGUSTIAS

Y a mí, pero hay que pasarlas.

LA PONCIA

¿Y habló más?

ANGUSTIAS

Sí, siempre habló él.

MARTIRIO

¿Y tú?

ANGUSTIAS

Yo no hubiera podido. Casi se me salió el

corazón por la boca. Era la primera vez

que estaba sola de noche con un hombre.

MAGDALENA

Y un hombre tan guapo.

ANGUSTIAS

No tiene mal tipo.

LA PONCIA

Esas cosas pasan entre personas ya un

poco instruidas que hablan y dicen y

mueven la mano... La primera vez que mi

marido Evaristo el Colín vino a mi

ventana... Ja, ja, ja.

AMELIA

¿Qué pasó?

LA PONCIA

Era muy oscuro. Lo vi acercarse y al

llegar me dijo: «Buenas noches.» «Buenas

noches», le dije yo, y nos quedamos

callados más de media hora. Me corría el

sudor por todo el cuerpo. Entonces

Evaristo se acercó, se acercó que se

quería meter por los hierros, y dijo con

voz muy baja: «¡Ven que te tiente!» (Ríen

todas.)

(AMELIA se levanta corriendo y espía por

una puerta.)

AMELIA

¡Ay!, creí que llegaba nuestra madre.

MAGDALENA

¡Buenas nos hubiera puesto! (Siguen

riendo.)

AMELIA

Chissss... ¡Que nos van a oír!

LA PONCIA

Luego se portó bien. En vez de darle por

otra cosa le dio por criar colorines

hasta que se murió. A vosotras que sois

solteras, os conviene saber de todos

modos que el hombre, a los quince días de

boda, deja la cama por la mesa y luego la

mesa por la tabernilla, y la que no se

conforma se pudre llorando en un rincón.

AMELIA

Tú te conformaste.

LA PONCIA

¡Yo pude con él!

MARTIRIO

¿Es verdad que le pegaste algunas veces?

LA PONCIA

Sí, y por poco si le dejo tuerto.

MAGDALENA

¡Así debían ser todas las mujeres!

LA PONCIA

Yo tengo la escuela de tu madre. Un día

me dijo no sé qué cosa y le maté todos

los colorines con la mano del almirez.

(Ríen.)

MAGDALENA

Adela, niña, no te pierdas esto.

AMELIA

Adela.

(Pausa.)

MAGDALENA

Voy a ver. (Entra.)

LA PONCIA

Esa niña está mala.

MARTIRIO

Claro, no duerme apenas.

LA PONCIA

¿Pues qué hace?

MARTIRIO

¡Yo qué sé lo que hace!

LA PONCIA

Mejor lo sabrás tú que yo, que duermes

pared por medio.

ANGUSTIAS

La envidia la come.

AMELIA

No exageres.

ANGUSTIAS

Se lo noto en los ojos. Se le está

poniendo mirar de loca.

MARTIRIO

No habléis de locos. Aquí es el único

sitio donde no se puede pronunciar esta

palabra.

(Sale MAGDALENA con ADELA.)

MAGDALENA

Pues ¿no estabas dormida?

ADELA

Tengo mal cuerpo.

MARTIRIO

(Con intención)

¿Es que no has dormido bien esta noche?

ADELA

Sí.

MARTIRIO

¿Entonces?

ADELA

(Fuerte)

¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando, no

tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo

hago con mi cuerpo lo que me parece!

MARTIRIO

¡Solo es interés por ti!

ADELA

Interés o inquisición. ¿No estabais

cosiendo? Pues seguir. ¡Quisiera ser

invisible, pasar por las habitaciones sin

que me preguntarais dónde voy!

CRIADA

(Entra)

Bernarda os llama. Está el hombre de los

encajes. (Salen.)

(Al salir, MARTIRIO mira fijamente a

ADELA.)

ADELA

¡No me mires más! Si quieres te daré mis

ojos, que son frescos, y mis espaldas

para que te compongas la joroba que

tienes, pero vuelve la cabeza cuando yo

paso.

(Se va MARTIRIO.)

LA PONCIA

¡Que es tu hermana y además la que más te

quiere!

ADELA

Me sigue a todos lados. A veces se asoma

a mi cuarto para ver si duermo. No me

deja respirar. Y siempre: «¡Qué lástima

de cara!», «¡Qué lástima de cuerpo que no

vaya a ser para nadie!» ¡Y eso no! Mi

cuerpo será de quien yo quiera.

LA PONCIA

(Con intención y en voz baja)

De Pepe el Romano. ¿No es eso?

ADELA

(Sobrecogida)

¿Qué dices?

LA PONCIA

Lo que digo, Adela.

ADELA

¡Calla!

LA PONCIA

(Alto)

¿Crees que no me he fijado?

ADELA

¡Baja la voz!

LA PONCIA

¡Mata esos pensamientos!

ADELA

¿Qué sabes tú?

LA PONCIA

Las viejas vemos a través de las paredes.

¿Dónde vas de noche cuando te levantas?

ADELA

¡Ciega debías estar!

LA PONCIA

Con la cabeza y las manos llenas de ojos

cuando se trata de lo que se trata. Por

mucho que pienso no sé lo que te

propones. ¿Por qué te pusiste casi

desnuda con la luz encendida y la ventana

abierta al pasar Pepe el segundo día que

vino a hablar con tu hermana?

ADELA

¡Eso no es verdad!

LA PONCIA

No seas como los niños chicos. ¡Deja en

paz a tu hermana, y si Pepe el Romano te

gusta, te aguantas! (ADELA llora.)

Además, ¿quién dice que no te puedes

casar con él? Tu hermana Angustias es una

enferma. Esa no resiste el primer parto.

Es estrecha de cintura, vieja, y con mi

conocimiento te digo que se morirá.

Entonces Pepe hará lo que hacen todos los

viudos de esta tierra: se casará con la

más joven, la más hermosa, y esa serás

tú. Alimenta esa esperanza, olvídalo, lo

que quieras, pero no vayas contra la ley

de Dios.

ADELA

¡Calla!

LA PONCIA

¡No callo!

ADELA

Métete en tus cosas, ¡oledora!, ¡pérfida!

LA PONCIA

Sombra tuya he de ser.

ADELA

En vez de limpiar la casa y acostarte

para rezar a tus muertos, buscas como una

vieja marrana asuntos de hombres y

mujeres para babosear en ellos.

LA PONCIA

¡Velo! Para que las gentes no escupan al

pasar por esta puerta.

ADELA

¡Qué cariño tan grande te ha entrado de

pronto por mi hermana!

LA PONCIA

No os tengo ley a ninguna, pero quiero

vivir en casa decente. ¡No quiero

mancharme de vieja!

ADELA

Es inútil tu consejo. Ya es tarde. No por

encima de ti, que eres una criada; por

encima de mi madre saltaría para apagarme

este fuego que tengo levantado por

piernas y boca. ¿Qué puedes decir de mí?

¿Qué me encierro en mi cuarto y no abro

la puerta? ¿Que no duermo? ¡Soy más lista

que tú! Mira a ver si puedes agarrar la

liebre con tus manos.

LA PONCIA

No me desafíes, Adela, no me desafíes.

Porque yo puedo dar voces, encender luces

y hacer que toquen las campanas.

ADELA

Trae cuatro mil bengalas amarillas y

ponías en las bardas del corral. Nadie

podrá evitar que suceda lo que tiene que

suceder.

LA PONCIA

¡Tanto te gusta ese hombre!

ADELA

¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que

bebo su sangre lentamente.

LA PONCIA

Yo no te puedo oír.

ADELA

¡Pues me oirás! Te he tenido miedo. ¡Pero

ya soy más fuerte que tú!

(Entra ANGUSTIAS.)

ANGUSTIAS

¡Siempre discutiendo!

LA PONCIA

Claro. Se empeña que con el calor que

hace vaya a traerle no sé qué de la

tienda.

ANGUSTIAS

¿Me compraste el bote de esencia?

LA PONCIA

El más caro. Y los polvos. En la mesa de

tu cuarto los he puesto.

(Sale ANGUSTIAS.)

ADELA

¡Y chitón!

LA PONCIA

¡Lo veremos!

(Entran MARTIRIO, AMELIA y MAGDALENA.)

MAGDALENA

(A ADELA)

¿Has visto los encajes?

AMELIA

Los de Angustias para sus sábanas de

novia son preciosos.

ADELA

(A MARTIRIO, que trae unos encajes)

¿Y estos?

MARTIRIO

Son para mí. Para una camisa.

ADELA

(Con sarcasmo)

Se necesita buen humor.

MARTIRIO

(Con intención)

Para verlo yo. No necesito lucirme ante

nadie.

LA PONCIA

Nadie le ve a una en camisa.

MARTIRIO

(Con intención y mirando a ADELA)

¡A veces! Pero me encanta la ropa

interior. Si fuera rica la tendría de

holanda. Es uno de los pocos gustos que

me quedan.

LA PONCIA

Estos encajes son preciosos para las

gorras de niños, para mantehuelos de

cristianar. Yo nunca pude usarlos en los

míos. A ver si ahora Angustias los usa en

los suyos. Como le dé por tener crías,

vais a estar cosiendo mañana y tarde.

MAGDALENA

Yo no pienso dar una puntada.

AMELIA

Y mucho menos criar niños ajenos. Mira tú

cómo están las vecinas del callejón,

sacrificadas por cuatro monigotes.

LA PONCIA

Esas están mejor que vosotras. ¡Siquiera

allí se ríe y se oyen porrazos!

MARTIRIO

Pues vete a servir con ellas.

LA PONCIA

No. Ya me ha tocado en suerte este

convento.

(Se oyen unos campanillos lejanos como

través de varios muros.)

MAGDALENA

Son los hombres que vuelven del trabajo.

LA PONCIA

Hace un minuto dieron las tres.

MARTIRIO

¡Con este sol!

ADELA

(Sentándose)

¡Ay, quién pudiera salir también a los

campos!

MAGDALENA

(Sentándose)

¡Cada clase tiene que hacer lo suyo!

MARTIRIO

(Sentándose)

¡Así es!

AMELIA

(Sentándose)

¡Ay!

LA PONCIA

No hay alegría como la de los campos en

esta época. Ayer de mañana llegaron los

segadores. Cuarenta o cincuenta buenos

mozos.

MAGDALENA

¿De dónde son este año?

LA PONCIA

De muy lejos. Vinieron de los montes.

¡Alegres! ¡Como árboles quemados! ¡Dando

voces y arrojando piedras! Anoche llegó

al pueblo una mujer vestida de

lentejuelas y que bailaba con un

acordeón, y quince de ellos la

contrataron para llevársela al olivar. Yo

los vi de lejos. El que la contrataba era

un muchacho de ojos verdes, apretado como

una gavilla de trigo.

AMELIA

¿Es eso cierto?

ADELA

¡Pero es posible!

LA PONCIA

Hace años vino otra de éstas y yo misma

di dinero a mi hijo mayor para que fuera.

Los hombres necesitan estas cosas.

ADELA

Se les perdona todo.

AMELIA

Nacer mujer es el mayor castigo.

MAGDALENA

Y ni nuestros ojos siquiera nos

pertenecen.

(Se oye un cantar lejano que se va

acercando.)

LA PONCIA

Son ellos. Traen unos cantos preciosos.

AMELIA

Ahora salen a segar.

CORO

Ya salen los segadores

en busca de las espigas;

se llevan los corazones

de las muchachas que miran.

(Se oyen panderos y carrañonas. Pausa.

Todas oyen en un silencio traspasado por

el sol.)

AMELIA

¡Y no les importa el calor!

MARTIRIO

Siegan entre llamaradas.

ADELA

Me gustaría segar para ir y venir. Así se

olvida lo que nos muerde.

MARTIRIO

¿Qué tienes tú que olvidar?

ADELA

Cada una sabe sus cosas.

MARTIRIO

(Profunda)

¡Cada una!

LA PONCIA

¡Callar! ¡Callar!

CORO

(Muy lejano)

Abrir puertas y ventanas

las que vivís en el pueblo, el

segador pide rosas

para adornar su sombrero.

LA PONCIA

¡Qué canto!

MARTIRIO

(Con nostalgia)

Abrir puertas y ventanas

las que vivís en el pueblo...

ADELA

(Con pasión)

... el segador pide rosas

para adornar su sombrero.

(Se va alejando el cantar.)

LA PONCIA

Ahora dan vuelta a la esquina.

ADELA

Vamos a verlos por la ventana de mi

cuarto.

LA PONCIA

Tened cuidado con no entreabrirla mucho,

porque son capaces de dar un empujón para

ver quién mira.

(Se van las tres. MARTIRIO queda sentada

en la silla con la cabeza entre las

manos.)

AMELIA

(Acercándose)

¿Qué te pasa?

MARTIRIO

Me sienta mal el calor.

AMELIA

¿No es más que eso?

MARTIRIO

Estoy deseando que llegue noviembre, los

días de lluvias, la escarcha, todo lo que

no sea este verano interminable.

AMELIA

Ya pasará y volverá otra vez.

MARTIRIO

¡Claro! (Pausa.) ¿A qué hora te dormiste

anoche?

AMELIA

No sé. Yo duermo como un tronco. ¿Por

qué?

MARTIRIO

Por nada, pero me pareció oír gente en el

corral.

AMELIA

¿Sí?

MARTIRIO

Muy tarde.

AMELIA

¿Y no tuviste miedo?

MARTIRIO

No. Ya lo he oído otras noches.

AMELIA

Debiéramos tener cuidado. ¿No serían los

gañanes?

MARTIRIO

Los gañanes llegan a las seis.

AMELIA

Quizá una mulilla sin desbravar.

MARTIRIO

(Entre dientes y llena de segunda

intención)

Eso, ¡eso!, una mulilla sin desbravar.

AMELIA

¡Hay que prevenir!

MARTIRIO

No. No. No digas nada, puede ser un

barrunto mío.

AMELIA

Quizá. (Pausa. AMELIA inicia el mutis.)

MARTIRIO

Amelia.

AMELIA

(En la puerta)

¿Qué?

(Pausa.)

MARTIRIO

Nada.

(Pausa.)

AMELIA

¿Por qué me llamaste?

(Pausa.)

MARTIRIO

Se me escapó. Fue sin darme cuenta.

(Pausa.)

AMELIA

Acuéstate un poco.

ANGUSTIAS

(Entrando furiosa en escena, de modo que

haya un gran contraste con los silencios

anteriores)

¿Dónde está el retrato de Pepe que tenía

yo debajo de mi almohada? ¿Quién de

vosotras lo tiene?

MARTIRIO

Ninguna.

AMELIA

Ni que Pepe fuera un San Bartolomé de

plata.

ANGUSTIAS

¿Dónde está el retrato?

(Entran LA PONCIA, MAGDALENA y ADELA.)

ADELA

¿Qué retrato?

ANGUSTIAS

Una de vosotras me lo ha escondido.

MAGDALENA

¿Tienes la desvergüenza de decir esto?

ANGUSTIAS

Estaba en mi cuarto y ya no está.

MARTIRIO

¿Y no se habrá escapado a medianoche al

corral? A Pepe le gusta andar con la

luna.

ANGUSTIAS

¡No me gastes bromas! Cuando venga se lo

contaré.

LA PONCIA

¡Eso no, porque aparecerá! (Mirando a

ADELA.)

ANGUSTIAS

¡Me gustaría saber cuál de vosotras lo

tiene!

ADELA

(Mirando a MARTIRIO)

¡Alguna! ¡Todas menos yo!

MARTIRIO

(Con intención)

¡Desde luego!

BERNARDA

(Entrando)

¡Qué escándalo es este en mi casa y en el

silencio del peso del calor! Estarán las

vecinas con el oído pegado a los

tabiques.

ANGUSTIAS

Me han quitado el retrato de mi novio.

BERNARDA

(Fiera)

¿Quién? ¿Quién?

ANGUSTIAS

¡Estas!

BERNARDA

¿Cuál de vosotras? (Silencio.)

¡Contestarme! (Silencio. A PONCIA.)

Registra los cuartos, mira por las camas.

¡Esto tiene no ataros más cortas! ¡Pero

me vais a soñar! (A ANGUSTIAS.) ¿Estás

segura?

ANGUSTIAS

Sí.

BERNARDA

¿Lo has buscado bien?

ANGUSTIAS

Sí, madre.

(Todas están de pie en medio de un

embarazoso silencio.)

BERNARDA

Me hacéis al final de mi vida beber el

veneno más amargo que una madre puede

resistir. (A PONCIA.) ¿No lo encuentras?

LA PONCIA

(Saliendo)

Aquí está.

BERNARDA

¿Dónde lo has encontrado?

LA PONCIA

Estaba...

BERNARDA

Dilo sin temor.

LA PONCIA

(Extrañada)

Entre las sábanas de la cama de Martirio.

BERNARDA

(A MARTIRIO)

¿Es verdad?

MARTIRIO

¡Es verdad!

BERNARDA

(Avanzando y golpeándola)

Mala puñalada te den, ¡mosca muerta!

¡Sembradura de vidrios!

MARTIRIO

(Fiera)

¡No me pegue usted, madre!

BERNARDA

¡Todo lo que quiera!

MARTIRIO

¡Si yo la dejo! ¿Lo oye? ¡Retírese usted!

LA PONCIA

No faltes a tu madre.

ANGUSTIAS

(Cogiendo a BERNARDA)

Déjala. ¡Por favor!

BERNARDA

Ni lágrimas te quedan en esos ojos.

MARTIRIO

No voy a llorar para darle gusto.

BERNARDA

¿Por qué has cogido el retrato?

MARTIRIO

¿Es que yo no puedo gastar una broma a mi

hermana? ¿Para qué lo iba a querer?

ADELA

(Saltando llena de celos)

No ha sido broma, que tú nunca has

gustado jamás de juegos. Ha sido otra

cosa que te reventaba en el pecho por

querer salir. Dilo ya claramente.

MARTIRIO

¡Calla y no me hagas hablar, que si hablo

se van a juntar las paredes unas con

otras de vergüenza!

ADELA

¡La mala lengua no tiene fin para

inventar!

BERNARDA

¡Adela!

MAGDALENA

Estáis locas.

ADELA

Y nos apedreáis con malos pensamientos.

MARTIRIO

Otras hacen cosas más malas.

ADELA

Hasta que se pongan en cueros de una vez

y se las lleve el río.

BERNARDA

¡Perversa!

ANGUSTIAS

Yo no tengo la culpa de que Pepe el

Romano se haya fijado en mí.

ADELA

¡Por tus dineros!

ANGUSTIAS

¡Madre!

BERNARDA

¡Silencio!

MARTIRIO

Por tus marjales y tus arboledas.

MAGDALENA

¡Eso es lo justo!

BERNARDA

¡Silencio digo! Yo veía la tormenta

venir, pero no creía que estallara tan

pronto. ¡Ay, que pedrisco de odio habéis

echado sobre mi corazón! Pero todavía no

soy anciana y tengo cinco cadenas para

vosotras y esta casa levantada por mi

padre para que ni las hierbas se enteren

de mi desolación. ¡Fuera de aquí! (Salen.

BERNARDA se sienta desolada. LA PONCIA

está de pie arrimada a los muros.

BERNARDA reacciona, da un golpe en el

suelo y dice:) ¡Tendré que sentarles la

mano! Bernarda: acuérdate que ésta es tu

obligación.

LA PONCIA

¿Puedo hablar?

BERNARDA

Habla. Siento que hayas oído. Nunca está

bien una extraña en el centro de la

familia.

LA PONCIA

Lo visto, visto está.

BERNARDA

Angustias tiene que casarse en seguida.

LA PONCIA

Claro; hay que retirarla de aquí.

BERNARDA

No a ella. ¡A él!

LA PONCIA

Claro. A él hay que alejarlo de aquí.

Piensas bien.

BERNARDA

No pienso. Hay cosas que no se pueden ni

se deben pensar. Yo ordeno.

LA PONCIA

¿Y tú crees que él querrá marcharse?

BERNARDA

(Levantándose)

¿Qué imagina tu cabeza?

LA PONCIA

Él, ¡claro!, se casará con Angustias.

BERNARDA

Habla, te conozco demasiado para saber

que ya me tienes preparada la cuchilla.

LA PONCIA

Nunca pensé que se llamara asesinato al

aviso.

BERNARDA

¿Me tienes que prevenir algo?

LA PONCIA

Yo no acuso, Bernarda. Yo sólo te digo:

abre los ojos y verás.

BERNARDA

¿Y verás qué?

LA PONCIA

Siempre has sido lista. Has visto lo malo

de las gentes a cien leguas; muchas veces

creí que adivinabas los pensamientos.

Pero los hijos son los hijos. Ahora estás

ciega.

BERNARDA

¿Te refieres a Martirio?

LA PONCIA

Bueno, a Martirio... (Con curiosidad.)

¿Por qué habrá escondido el retrato?

BERNARDA

(Queriendo ocultar a su hija)

Después de todo, ella dice que ha sido

una broma. ¿Qué otra cosa puede ser?

LA PONCIA

¿Tú lo crees así? (Con sorna.)

BERNARDA

(Enérgica)

No lo creo. ¡Es así!

LA PONCIA

Basta. Se trata de lo tuyo. Pero si fuera

la vecina de enfrente, ¿qué sería?

BERNARDA

Ya empiezas a sacar la punta del

cuchillo.

LA PONCIA

(Siempre con crueldad)

Bernarda: aquí pasa una cosa muy grande.

Yo no te quiero echar la culpa, pero tú

no has dejado a tus hijas libres.

Martirio es enamoradiza, digas lo que tú

quieras. ¿Por qué no la dejaste casar con

Enrique Humanas? ¿Por qué el mismo día

que iba a venir a la ventana le mandaste

recado que no viniera?

BERNARDA

¡Y lo haría mil veces! ¡Mi sangre no se

junta con la de los Humanas mientras yo

viva! Su padre fue gañán.

LA PONCIA

¡Y así te va a ti con esos humos!

BERNARDA

Los tengo porque puedo tenerlos. Y tú no

los tienes porque sabes muy bien cuál es

tu origen.

LA PONCIA

(Con odio)

No me lo recuerdes. Estoy ya vieja.

Siempre agradecí tu protección.

BERNARDA

(Crecida)

¡No lo parece!

LA PONCIA

(Con odio envuelto en suavidad)

A Martirio se le olvidará esto.

BERNARDA

Y si no lo olvida peor para ella. No creo

que ésta sea la «cosa muy grande» que

aquí pasa. Aquí no pasa nada. ¡Eso

quisieras tú! Y si pasa algún día, estate

segura que no traspasará las paredes.

LA PONCIA

Eso no lo sé yo. En el pueblo hay gentes

que leen también de lejos los

pensamientos escondidos.

BERNARDA

¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis

hijas camino del lupanar!

LA PONCIA

¡Nadie puede conocer su fin!

BERNARDA

¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de mis hijas! El

lupanar se queda para alguna mujer ya

difunta.

LA PONCIA

¡Bernarda, respeta la memoria de mi

madre!

BERNARDA

¡No me persigas tú con tus malos

pensamientos!

(Pausa.)

LA PONCIA

Mejor será que no me meta en nada.

BERNARDA

Eso es lo que debías hacer. Obrar y

callar a todo. Es la obligación de los

que viven a sueldo.

LA PONCIA

Pero no se puede. ¿A ti no te parece que

Pepe estaría mejor casado con Martirio

o..., ¡sí!, con Adela?

BERNARDA

No me parece.

LA PONCIA

Adela. ¡Ésa es la verdadera novia del

Romano:

BERNARDA

Las cosas no son nunca a gusto nuestro.

LA PONCIA

Pero les cuesta mucho trabajo desviarse

de la verdadera inclinación. A mí me

parece mal que Pepe esté con Angustias, y

a las gentes, y hasta al aire. ¡Quién

sabe si saldrán con la suya!

BERNARDA

¡Ya estamos otra vez!... Te deslizas para

llenarme de malos sueños. Y no quiero

entenderte, porque si llegara al alcance

de todo lo que dices te tendría que

arañar.

LA PONCIA

¡No llegará la sangre al río!

BERNARDA

Afortunadamente mis hijas me respetan y

jamás torcieron mi voluntad.

LA PONCIA

¡Eso sí! Pero en cuanto las dejes sueltas

se te subirán al tejado.

BERNARDA

¡Ya las bajaré tirándoles cantos!

LA PONCIA

¡Desde luego eres la más valiente!

BERNARDA

¡Siempre gasté sabrosa pimienta!

LA PONCIA

¡Pero lo que son las cosas! A su edad.

¡Hay que ver el entusiasmo de Angustias

con su novio! ¡Y él también parece muy

picado! Ayer me contó mi hijo mayor que a

las cuatro y media de la madrugada, que

pasó por la calle con la yunta, estaban

hablando todavía.

BERNARDA

¡A las cuatro y media!

ANGUSTIAS

(Saliendo)

¡Mentira!

LA PONCIA

Eso me contaron.

BERNARDA

(A ANGUSTIAS)

¡Habla!

ANGUSTIAS

Pepe lleva más de una semana marchándose

a la una. Que Dios me mate si miento.

MARTIRIO

(Saliendo)

Yo también lo sentí marcharse a las

cuatro.

BERNARDA

Pero ¿lo viste con tus ojos?

MARTIRIO

No quise asomarme. ¿No habláis ahora por

la ventana del callejón?

ANGUSTIAS

Yo hablo por la ventana de mi dormitorio.

(Aparece ADELA en la puerta.)

MARTIRIO

Entonces...

BERNARDA

¿Qué es lo que pasa aquí?

LA PONCIA

¡Cuida de enterarte! Pero, desde luego,

Pepe estaba a las cuatro de la madrugada

en una reja de tu casa.

BERNARDA

¿Lo sabes seguro?

LA PONCIA

Seguro no se sabe nada en esta vida.

ADELA

Madre, no oiga usted a quien nos quiere

perder a todas.

BERNARDA

¡Yo sabré enterarme! Si las gentes del

pueblo quieren levantar falsos

testimonios, se encontrarán con mi

pedernal. No se hable de este asunto. Hay

a veces una ola de fango que levantan los

demás para perdernos.

MARTIRIO

A mí no me gusta mentir.

LA PONCIA

Y algo habrá.

BERNARDA

No habrá nada. Nací para tener los ojos

abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya

hasta que me muera.

ANGUSTIAS

Yo tengo derecho a enterarme.

BERNARDA

Tú no tienes derecho más que a obedecer.

Nadie me traiga ni me lleve. (A LA

PONCIA.) Y tú te metes en los

asuntos de tu casa. ¡Aquí no se vuelve a

dar un paso sin que yo lo sienta!

CRIADA

(Entrando)

En lo alto de la calle hay un gran gentío

y todos los vecinos están en sus puertas.

BERNARDA

(A LA PONCIA)

¡Corre a enterarte de lo que pasa! (Las

MUJERES corren para salir.) ¿Dónde vais?

Siempre os supe mujeres ventaneras y

rompedoras de su luto. ¡Vosotras, al

patio!

(Salen y sale BERNARDA. Se oyen rumores

lejanos. Entran MARTIRIO y ADELA, que se

quedan escuchando y sin atreverse a dar

mi paso más de la puerta de salida.)

MARTIRIO

Agradece a la casualidad que no desaté mi

lengua.

ADELA

También hubiera hablado yo.

MARTIRIO

¿Y qué ibas a decir? ¡Querer no es hacer!

ADELA

Hace la que puede y la que se adelanta.

Tú querías, pero no has podido.

MARTIRIO

No seguirás mucho tiempo.

ADELA

¡Lo tendré todo!

MARTIRIO

Yo romperé tus abrazos.

ADELA

(Suplicante)

¡Martirio, déjame!

MARTIRIO

¡De ninguna!

ADELA

¡Él me quiere para su casa!

MARTIRIO

¡He visto cómo te abrazaba!

ADELA

Yo no quería. He sido como arrastrada por

una maroma.

MARTIRIO

¡Primero muerta!

(Se asoman MAGDALENA y ANGUSTIAS. Se

siente crecer el tumulto.)

LA PONCIA

(Entrando con BERNARDA)

¡Bernarda!

BERNARDA

¿Qué ocurre?

LA PONCIA

La hija de la Librada, la soltera, tuvo

un hijo no se sabe con quién.

ADELA

¿Un hijo?

LA PONCIA

Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo

metió debajo de unas piedras, pero unos

perros con más corazón que muchas

criaturas lo sacaron, y como llevados por

la mano de Dios lo han puesto en el

tranco de su puerta. Ahora la quieren

matar. La traen arrastrando por la calle

abajo, y por las trochas y los terrenos

del olivar vienen los hombres corriendo,

dando unas voces que estremecen los

campos.

BERNARDA

Sí, que vengan todos con varas de olivo y

mangos de azadones, que vengan todos para

matarla.

ADELA

No, no. Para matarla, no.

MARTIRIO

Sí, y vamos a salir también nosotras.

BERNARDA

Y que pague la que pisotea la decencia.

(Fuera se oye un grito de mujer y un gran

rumor.)

ADELA

¡Que la dejen escapar! ¡No salgáis

vosotras!

MARTIRIO

(Mirando a ADELA)

¡Que pague lo que debe!

BERNARDA

(Bajo el arco)

¡Acabad con ella antes que lleguen los

guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio de

su pecado!

ADELA

(Cogiéndose el vientre)

¡No! ¡No!

BERNARDA

¡Matadla! ¡Matadla!

 

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