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María Lejárraga

"La muerte de un niño"

Cuentos breves

Biografía de María Lejárraga en Wikipedia

 
 
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Música: Rodrigo - A la sombra de Torre Bermeja
 
La muerte de un niño

 

iQué terrible noche! Era sin duda la más fría de aquel helado invierno, de aquel fatal Enero, cruel en lluvias y nieves, que había arrebatado la vida a miles de seres con su mortal crudeza.

La alcoba estaba apenas iluminada por la tenue luz de una lámpara. La madre, con el corazón destrozado por el temor del próximo y fatal desenlace, apoyaba la cabeza sobre los hierros de la cama, tapándose la cara con las manos para que el enfermito no conociese los horribles tormentos de su alma, que se escapaban por sus ojos en transparentes gotas.

El niño de rubios cabellos, ojos azules, rostro sonrosado y bello; el niño de corazón hermoso y alma delicada y pura; el niño siempre alegre, siempre juguetón, siempre feliz, que oculto en el amoroso regazo maternal no había visto en el horizonte más que dicha y cariño, se hallaba allí, en aquella blanca camita, abrasado por la fiebre, esperando de un momento a otro que la muerte le ahogase con su fría mano y matase su vida de sonrisas...

Los ojos se le cerraban; quería hablar y la voz se le ahogaba en la garganta; no podía respirar; le costaba gran trabajo moverse, y sólo de cuando en cuando elevaba su amarillenta y huesuda manita para acariciar con refinado mimo infantil a su angustiada madre.

A él no se le ocultaba lo que sucedía: aunque todos se lo negaban, recordaba perfectamente la muerte de su hermana, y sabía que aquellas frecuentes visitas del médico, la ausencia de los demás hermanos, los rostros tristes, las lágrimas de todos, eran claras señales de que algo grave ocurría.

No dudaba que estaba muy malito, que se moriría probablemente, y sin embargo, ni por un momento desaparecía de su demacrado rostro la sonrisa inocente y plácida de toda su vida.

Interrumpiéndose a cada momento para recobrar fuerzas, que volvía a perder inmediatamente, decía a su madre: "No sé qué me pasa; tengo aquí dentro algo que me mortifica cruelmente, algo que me ahoga, que me roba alientos para hablar, vigor para mover los brazos, fuerza para abrir los ojos... Cuando consigo levantar los párpados, parece que me ponen delante un velo muy negro que me ciega; te miro y no te veo... ¡qué angustia! Pero te oigo, y sé que lloras, y tus lágrimas dicen que voy a morir pronto y a dejarte aquí. ¿Qué vas a hacer tú solita? ¿No me has dicho mil veces que soy tu cielo, tu encanto, tu alegría, tu vida?.. Ya sé, porque me lo dijiste tú, que cuando los niños buenos se mueren vuelan muy alto, hasta llegar a la mansión de Dios y convertirse en ángeles con alas blancas, con coronas de luz en la cabeza, con cabellos muy rubios, muy resplandecientes, y con ojos azules como estrellas... Y tú, que no te puedes equivocar, crees que yo soy bueno. Con que no llores más, que yo desde allí arriba te estaré mirando siempre, siempre, y le diré recaditos al oído a Dios para que sepa que eres muy buena, que no puedes vivir sin mí, y que cuando dejes este suelo te tiene que llevar mi lado".

"Tengo frío, mucho frío... Ven muy cerquita de mí, abrázame, dame muchos besos, préstame el calor de tu cuerpo... Me oprimen la garganta... me van a ahogar...¡no dejes que me maten!... a mi... a tu vida... ¡Ay!  no... te... veo... Di... os... mi... o.

El corazón dejó de latir; el cuerpo del niño quedó inmóvil y frío entre los brazos de aquella mujer, que bañaba con sus lágrimas de horrible angustia el rostro del muerto, bello y sonriente aún.

En el rincón más apartado del oscuro y triste cementerio, hay una blanca lápida con un nombre grabado en azules letras; alrededor de ella, prestándole misteriosa sombra, han brotado sin sembrarlas multitud de flores olorosas y bellas; de cuando en cuando el viento las inclina pausadamente y besan la losa que cubre la sepultura del niño; por las mañanas, cuando las tinieblas de la noche se disipan y aparece deslumbrante el astro rey, se posan sobre ella los pajarillos para lanzar al aire sus melodiosos y alegres cánticos; y cuando la angustiada madre llora arrodillada, las lágrimas al caer se convierten en blancas perlas que se evaporan después, y que recoge el niño desde la mansión celeste...

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Cuentos Infantiles