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María Lejárraga

"La batalla de Covadonga"

Cuentos breves

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Música: Rodrigo - A la sombra de Torre Bermeja
 
La batalla de Covadonga

 

La clase está desierta: pocos momentos antes la abandonaron sus habituales ocupadoras, saliendo en alegre y confusa multitud, que se esparció como bandada de pájaros por la plaza y las calles vecinas. Cuando todas hubieron desaparecido, la maestra permaneció un momento pensativa en medio del desierto salón, escuchando los penetrantes gritos de las niñas que llegaban hasta ella por las ventanas abiertas de par en par. Sonrió, y salió a su vez. Todo quedó en silencio...

Había sido un día de grandes emociones. Al entrar en clase, vieron las niñas sobre la mesa un aparatito desconocido, una especie de fanal de hojadelata con una lámpara y una chimenea: parecía una locomotora chiquitita. La maestra, a quien preguntaron el nombre de aquel extraño artefacto, les contestó sencillamente: "Es una linterna mágica". Con esto crecieron sus afanes, y no se desvanecieron sus dudas, pero callaron.

El horario de clase marcaba para aquel día "Historia de España". Las niñas preparaban sus cuadernos y programas dispuestas a escuchar la explicación, pero la maestra les dijo:

-Hoy no van ustedes a oír la lección de Historia, hoy van a verla.

¡Qué asombro! Cerráronse las ventanas, encendióse la lámpara de la linterna, y allá en el fondo de la clase, sobre un blanco telón, se destacó de repente coloreada imagen, que imaginose a las niñas aparición fantástica. Representaba La batalla de Covadonga, el grandioso principio de la reconquista de España, que vivía, aunque desvalida y pobre, en un estrecho rincón del que fue su vasto y poderoso reino, sarracena en su mayor parte, obedeciendo casi toda ella a la ley de Mahoma, muerta casi como nación. En aquella época, el odio a muerte que sentían hacia los godos obligó a muchos españoles a someterse satisfechos a los árabes; pero otros, familiarizados con el infortunio, y llenos de fe y amor por la religión y la patria, huyeron despavoridos, bajo el único nombre de cristianos, a las fragosidades de la sierra de Asturias. Nobles ciudadanos que formaban la fecunda y preciosa semilla del árbol grandioso de la nacionalidad española, que más tarde extendiera sus vigorosas y frescas ramas por toda la Península. Allá en aquel pedazo de tierra, áspero y escabroso, en aquella región, una de las últimas del mundo, donde anidaron las hambrientas y voraces águilas romanas, se alzaba en esta época el humilde pero hermoso santuario de nuestra nacionalidad.

Y ahora comienza el grandioso cuadro que proyectaba la linterna sobre el blanco lienzo del fondo de la clase, y que dejó absortas y encantadas a las niñas.

Pelayo, con su gente, se hallaba en el monte Auseba, rechazando a los árabes mandados por Alkamah. Comenzó la lucha; las flechas de éstos rebotaban furiosas en la roca, y volvían a caer sobre ellos, hiriéndoles de rechazo. Los pocos soldados cristianos, combatiendo valerosamente, arrojaban enormes piedras que aplastaban las cabezas de los árabes. Cuando ya el triunfo se decidía por Pelayo, una imponente y furiosa tempestad se desencadenó de repente como si intentara venir en su ayuda. El cielo se rasgaba para dar paso a multitud de fragmentos de fuego que se sepultaban en la tierra; los terribles ecos de los truenos formaban un pavoroso y fúnebre concierto que llenaba de angustia y terror los corazones. De cuando en cuando, el brillante resplandor de los relámpagos iluminaba la sangrienta escena... y como si hasta el mismo suelo quisiese luchar en favor de los españoles, las desbordadas aguas del río Deva cortaron la retirada a los árabes, muchos de los cuales perecieron ahogados en aquel torrente. El triunfo fue completo; tanto, que se duda quedase con vida uno solo de los soldados árabes. Pelayo en Covadonga alzó el glorioso estandarte de Dios, patria y libertad; llevó a cabo el principio de la Reconquista de España, continuada después gloriosamente por sus sucesores.

¡Temeridad insigne acometer con tan escasas fuerzas la empresa de disputar el suelo de la patria a las innumerables huestes que seguían el estandarte del Profeta!

¡Gloria inmensa haberlo conseguido, cimentando, con el patriotismo de un puñado de héroes, la verdadera monarquía española.

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