A la Caña la Encina dijo un día:
- "A la Naturaleza
Bien podéis acusar, por vida mía;
El sutil abadejo
Es carga para vos abrumadora;
El aura que rizando bullidora
Va del arroyo el trasparente espejo,
A bajar os obliga la cabeza;
Mientras tanto mi frente,
Al Cáucaso empinado semejante,
Intercepta del sol el rayo ardiente,
Resiste con fiereza
De la borrasca el ímpetu pujante.
Todo ser aquilón para vos debe
Y todo es para mí céfiro leve.
Si nacido siquiera
Hubiérais al abrigo de mis hojas
Que entoldan la pradera,
Menor de vuestras penas y congojas
La muchedumbre fuera;
De tempestad bravía
Contra el ciego furor os guardaría;
Mas tenéis de ordinario vuestra cuna
A la margen de la húmeda laguna,
Y pienso que el Destino caprichoso
Fue para vos hasta el exceso injusto".
- "Vuestra piedad" - le respondió el arbusto,
"Es hija de un carácter generoso,
Pero
no os aflijáis, porque es el viento
Más para vos que par mí temible;
Me doblo sin quebrarme ante su empuje;
Vos habéis resistido hasta el momento
A su choque terrible,
Mas veremos al fin". Así decía
Cuando de pronto formidable ruge
Un huracán violento. Resistía
El árbol a su esfuerzo, y se doblaba
La débil caña. El viento
Arrecia sin cesar, y al fin acaba
Por arrancar del suelo al orgulloso
Y robusto coloso
Cuya cima tocaba el firmamento,
Y cuya planta fuerte
Los dominios hollaba de la muerte.
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