En esta historia demostrar pretendo
De cierto imbécil la advertencia vana.
Al margen de un arroyo discurriendo
Un Niño cayó al agua una mañana.
El cielo permitió que por ventura
Un sauce allí estuviera,
Y que después de Dios el árbol fuera
La salvación de aquella criatura.
Con fuerza de sus ramas agarrado
Estaba el pobre chico, y asustado,
Cuando acertó a pasar un Pedagogo.
"¡Socorro, que me ahogo!"
El Niño le gritó. Volvió el semblante
Al escuchar sus gritos, el pedante,
Y escogió inoportuno ese momento
Para reñirle con adusto acento:
- "¡Ah! mirad al pequeño atolondrado
Adonde le llevó su aturdimiento;
Id de estos pillos a tener cuidado!
¡Oh padres sin ventura y sin consuelo
Que velais por canalla semejante,
Piedad me causa vuestro triste anhelo!
Y después que hubo hablado lo bastante
Sacó del agua al infeliz chicuelo.
A más de cuatro gentes vitupero,
Y todo charlatán interminable,
Todo censor ridículo y severo,
Todo pedante necio y execrable,
Que se conozcan en el acto espero.
De todos esos tipos hay un mundo,
Tanto el mal es fecundo;
Y en largas oraciones
Buscan las ocasiones
De ejercitar su lengua sin medida.
Doctísimos varones,
Sacacime del apuro, y en seguida
Perorad si gustais, por vuestra vida. |