Prendado de sí mismo un Hombre estaba
Con amor entrañable y sin segundo,
Y ufano imaginaba
Ser el hombre más bello de este mundo.
Los espejos tachaba de embusteros,
Y en error tan profundo
Transcurrían sus años placenteros.
De curarle tratando la fortuna
Por donde quiera le ofreció oportuna
De las damas los mudos consejeros.
Espejos encontraba en los salones,
Y en las tiendas suntuosas;
Espejos del galán en los faldones,
Y espejos en los ricos cinturones
De mujeres hermosas.
Nuestro Narciso entonces se confina
En sitios apartados,
Porque así se imagina
Espejos no mirar por todos lados.
Nacido empero de una fuente pura
Un canal allí se halla por ventura.
Se mira en él, la cólera le altera,
Y en medio a sus enojos
Pretenden ver sus iritados ojos
Una vana quimera.
En evitar se esfuerza cuidadoso
El agua que ocasiona su tormento,
Y es el canal tan puro y tan hermoso
Que le deja con hondo sentimiento.
Lo que quiero probar bien se comprende;
A todos hablo, y el error profundo
Es grave mal que por doquier se extiende,
Que gustoso conserva todo el mundo.
Ese hombre, de sí mismo enamorado,
De nosotros el alma representa;
Los defectos del prójimo, dechado
De los defectos nuestros, según cuenta,
Son los muchos espejos;
Y el canal, de un buen libro los consejos.
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