Para su cena, un glotón,
ordena que con presteza
le sirvan un esturión.
Exceptuando la cabeza
le come, enferma, le dan
cien lavativas copiosas,
y le dicen, con afán
que ponga en orden sus cosas.
«Amigos, dijo el glotón,
tenéis sobrada razón,
y puesto que he de morir,
haced que sin dilación
me puedan aquí servir
el resto de mi esturión.»