Tomás de Kempis - Imitación de Cristo

Tomás de Kempis

"Imitación de Cristo"

Libro Cuarto

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Imitación de Cristo

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Libro 4 - Cap 7

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Capítulo VII
 

Del examen de la propia conciencia y del propósito de la enmienda.

VOZ DEL AMADO

1. Es necesario sobre todas las cosas que el sacerdote de Dios se acerque a celebrar, tratar y recibir este Sacramento con suma humildad de corazón y con devota reverencia, con entera fe y con pura intención de la honra de Dios.

Examina diligentemente tu conciencia, y límpiala y adórnala del mejor modo que sepas, con verdadero dolor y humilde confesión; de manera que no tengas o sepas cosa grave que te remuerda y te impida llegar confiadamente al Sacramento.

Ten aborrecimiento de todos tus pecados en general, y duélete y llora especialmente por los que cometes cada día.

Y si el tiempo lo permite, confiesa a Dios todas las miserias de tus pasiones en el secreto de tu corazón.

2. Llora y duélete de que aun eres tan carnal y mundano, tan poco mortificado en tus pasiones, tan sujeto a los movimientos de concupiscencia.

Tan descuidado en la guarda de los sentidos exteriores, tan envuelto muchas veces en vanas imaginaciones.

Tan inclinado a las cosas exteriores, tan negligente en las interiores.

Tan fácil a la risa y a la disipación, tan duro para las lágrimas y la compunción.

Tan dispuesto a la relajación y a los regalos de la carne, tan perezoso para la observancia y el fervor.

Tan curioso para oír novedades y ver cosas agradables, tan tibio en abrazar las humildes y despreciables.

Tan codicioso en adquirir, tan mezquino en dar, tan avariento en retener.

Tan inconsiderado en hablar, tan poco detenido en callar.

Tan desenvuelto en las costumbres, tan indiscreto en las obras.

Tan desordenado en el comer, tan sordo a las palabras de Dios.

Tan presto para holgarte, tan tardo para el trabajo.

Tan despierto para oír hablillas y cuentos, tan soñoliento para velar en oración.

Tan precipitado para llegar al fin, tan vago en la atención.

Tan negligente en el rezo, tan tibio en la Misa, tan indevoto en la Comunión.

Tan fácilmente distraído, tan raras veces enteramente recogido.

Tan prontamente conmovido a la ira, tan aparejado para disgustar a otros.

Tan propenso a juzgar, tan riguroso en reprender.

Tan alegre en la prosperidad, tan abatido en la adversidad.

Tan fecundo en buenos propósitos, tan estéril en ponerlos por obra.

3. Después de haber confesado y llorado estos y otros defectos con dolor y gran disgusto de tu propia fragilidad, haz firme propósito de enmendar tu vida y mejorarla en adelante.

Luego, abandonándote a Mí con absoluta y entera voluntad, ofrécete en perpetuo holocausto en el ara de tu corazón para honra de mi nombre, encomendando con fe viva a mi cuidado tu alma y tu cuerpo.

Para que de este modo merezcas acercarte dignamente a ofrecer el sacrificio a Dios y recibir saludablemente el Sacramento de mi Cuerpo.

4. Pues no hay ofrenda más digna, ni satisfacción mayor para borrar los pecados, que ofrecerse a Dios pura y enteramente en la Misa y en la Comunión con el sacrificio del Cuerpo de Cristo.

Si el hombre hiciere lo que está de su parte, y se arrepintiere de corazón siempre que viene a Mí para obtener el perdón y la gracia, Vivo Yo, dice el Señor, que no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, pues no me acordaré ya más de sus pecados, sino que todos le serán perdonados.

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