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Capítulo XIX | ||
De la tolerancia de las injurias y cómo se prueba el verdadero paciente.
1. Hijo, ¿qué es lo que dices? Cesa de quejarte, considerando mi Pasión y la de los Santos. Aun no has resistido hasta derramar sangre. Poco es lo que padeces en comparación de lo que padecieron tantos tan fuertemente tentados, tan gravemente atribulados, y de tan diversos modos probados y ejercitados. Conviénete, pues, traer a la memoria las amargas tribulaciones que otros padecieron, para que sufras fácilmente tus pequeños trabajos. Y si no te parecen pequeños, mira no lo cause tu falta de paciencia. Pero, sean grandes o pequeños, procura llevarlos todos pacientemente. 2. Cuanto mejor te dispones para padecer, tanto más cuerdamente obras, y más mereces; y lo llevaras también ligeramente, si preparas con diligencia tu ánimo, y lo acostumbras a esto. No digas: no puedo sufrir esto de tal hombre, ni debo aguantar tales cosas, porque me injurio gravemente y me atribuye cosas que nunca pensé; pero de otro sufriré de grado mucho más, y según me pareciere se debe sufrir. Indiscreto es tal pensamiento, que no considera la virtud de la paciencia, ni mira quien la ha de galardonar; antes se fija solo en las personas y en lo material de las ofensas que se le hacen. 3. No es verdadero paciente el que no quiere sufrir sino lo que le acomoda, y de quien le parece. El verdadero paciente no mira quien le ofende; si es superior, o igual, o inferior; ni si es hombre bueno y santo, o perverso e indigno. Sino que toda adversidad que le venga de cualquier criatura y en cualquier tiempo, la recibe de buena gana, como de la mano de Dios, y la estima por mucha ganancia. Porque nada que venga de Dios, por poco que sea, si se padece por Dios, puede pasar sin mérito ante su divino acatamiento. 4. Está, pues, preparado para la batalla, si quieres conseguir la victoria. Sin pelear no puedes alcanzar la corona de la paciencia. Si no quieres padecer, renuncia a la corona. Pero si deseas ser coronado, pelea varonilmente, sufre con paciencia. Sin trabajos no se llega al descanso, y sin pelear no se consigue la victoria. 5. Hazme, Señor, posible con tu gracia lo que me parece imposible por mi naturaleza. Tú sabes cuan poco puedo padecer, y que la más leve adversidad me abate. Séame por tu nombre amable y deseable cualquier ejercicio de paciencia; porque el padecer y ser atormentado por Ti es de gran salud para mi alma. |
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