Tomás de Kempis - Imitación de Cristo

Tomás de Kempis

"Imitación de Cristo"

Libro Primero

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Imitación de Cristo

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Libro 1 - Cap 1

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Capítulo I
 

De la imitatión de Cristo y desprecio de todas las vanidades del mundo.

1. Quien me sigue no anda en tinieblas, dice el Señor. Palabras de Cristo son éstas, con las cuales nos exhorta a imitar su vida y costumbres, si queremos verdaderamente ser alumbrados y quedar libres de toda ceguedad del corazón.

Sea, pues, nuestro principal estudio meditar en la vida de Jesucristo.

2. La doctrina de Cristo es superior a todas las de los Santos; y el que esté animado de su espíritu, hallará en ella maná escondido.

Pero acaece que muchos, por oír a menudo el Evangelio, gustan poco de él, porque no están animados del espíritu de Cristo.

Conviéneles, pues, si quieren claramente saber y entender las palabras de Cristo, que procuren conformar con Él toda su vida.

3. ¿Qué te aprovecha disputar sutilmente sobre la Trinidad, si careces de la humildad, por cuyo motivo desagradas a la Trinidad?

Por cierto, los conceptos sublimes no hacen al hombre santo ni justo: la vida virtuosa es la que le hace agradable a Dios.

Más quiero sentir la compunción que saber definirla.

Aunque supieses literalmente toda la Biblia y las sentencias de todos los filósofos, ¿qué te aprovecharía sin la caridad y gracia de Dios?

Vanidad de vanidades, y todo vanidad, si no es amar a Dios y a Él solo servirle.

Esta es la suma sabiduría: caminar hacia el reino de Dios por el desprecio del mundo.

4. Es, pues, vanidad buscar riquezas perecederas, y esperar en ellas.

Vanidad es también ambicionar honras y ensalzarse con altanería.

Vanidad es seguir los apetitos de la carne y desear aquello por lo cual después hayas de ser rigurosamente castigado.

Vanidad es desear larga vida, y cuidar poco de emplearla en buenas obras.

Vanidad es mirar solamente a esta vida presente, y no prevenirse para la venidera.

Vanidad es amar lo que tan presto se pasa, y no buscar con ansia el gozo perdurable.

5. Acuérdate a menudo de aquella sentencia de la Escritura: No se harta el ojo de ver ni el oído se cansa de oir.

Procura, pues, apartar tu corazón del amor de las cosas visibles, y llenarlo de las invisibles; porque los que siguen su sensualidad manchan su conciencia y pierden la gracia de Dios.

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