Fue el más valeroso de los caballeros de la casa real.
Por eso le llamaban Agesilao, Brazo de Hierro,
aunque su verdadero nombre fuese Agesilao Héctor
Arturo de la Tour de Boulogne. En algunas ocasiones,
el rey le recomendó, en misión secreta, peligrosas
empresas y el enviado realizó prodigios, ultrapasando
las esperanzas fundadas en su arrojo. Cuando la campaña del Mediodía, fue el único sobreviviente de su
batallón y — aunque prófugo audaz — no pudo impedir que
lo hiriesen en el rostro con una de esas heridas que
parecen aureolas.
Varias veces, por fútiles motivos y aún por simples
desacuerdos teológicos, riñó en campo abierto con temibles enemigos, agregando al blasón de su nombre, el
brillante prestigio de su valor. Una noche, al volver de
una cita, mantuvo cinco encuentros con diferentes caballeros, porque éstos sostenían a grito herido, que las
muchachas de Flandes eran más bellas que las del Delfinado. En esa ocasión Agesilao mostró otra vez su
valentía y el filo de su espada puso sellos imborrables
en los cuerpos de los discutidores.
Amigo de las justas y entusiasta por los lances
peligrosos, reunió en el parque de su castillo a todos los jóvenes que en aquella época, se distinguieron en
la lid. Y tuvo sobre ellos tal supremacía, que nadie osó
disputarle el primer rango, valerosamente conquistado
en mil encuentros. Su propio nombre y sus tradiciones
familiares obraban en su mente exaltándola hasta una
bravura rayana en el delirio. Pero a pesar de sus impulsos
temerarios, jamás violó el código del honor, cuyas leyes
sabíase de memoria.
Una vez, peleando con cierto gentil hombre sajón
de pura raza, éste perdió el estribo en el mismo momento en que Brazo de Hierro se dirigía hacia él y
para no utilizar esa ventaja, sofrenó su corcel con tanta
violencia que caballo y caballero rodaron mal trechos,
bajo el peso de las armaduras. Otro día, en Italia, quebró
su lanza para evitar al enemigo una derrota vergonzosa.
Con estos rasgos, su lealtad y bravura crecieron
grandemente. En cierta ocasión el Rey le llamó: "mi
más heroico paladín'' y la Reina dijo en una de sus
reuniones paladianas: "con diez caballeros como Brazo
de Hierro podríamos conquistar España y el Piamonte".
Y la fama de Brazo de Hierro traspuso las fronteras
y su nombre fué pronunciado con respeto en todas las
comarcas de Europa. De vez en cuando, venía desde
las tierras lejanas un cumplido homenaje para el esforzado la Tour de Boulogne, caballero de la más pura
cepa gala. Con esto y con la frase del Rey, creció su
orgullo: entonces sólo consintió en batirse con hidalgos
que tuviesen por lo menos cinco generaciones de nobleza
y una brillante hoja de servicios.
Luchar con aventureros le hubiera parecido rebajarse. Su sangre debería ser vertida por manos privilegiadas: toda otra lucha se le antojó desigual. Y ésto,
naturalmente, le acarreó enemigos. Algunos jóvenes de
la nueva nobleza y bastantes bravos de sangre mezclada,
trataron en vano de provocarle encuentros, irritando sus
iras. Pero sus iras no pasaron de un desdén compasivo.
Una noche volvía solo y sin armas al palacio real.
Al atravesar el inextricable bosque de pinos que lo rodea,
varios desconocidos le atajaron el paso. Agesilao detuvo
su caballo y hundiendo su vista en la tiniebla quiso mirar
el rostro de los atacantes. Pero mientras huroneaba
atentamente, oyó en la espesura una voz conocida.
— Es el hijo del guarda bosque — pensó. Debe estar
divirtiéndose con algunos amigos. Unas palabras vibrantes estremecieron las frondas:
— Apéate, Agesilao, Brazo de Hierro, quiero pedirte
cuentas del honor de mi hermana. Se sintió un ruido de
aceros y varias espadas relampaguearon en la noche.
En el acto vino a la mente del paladín el recuerdo de
la aldeana seducida y fingiendo no haber oído, espoleó
su caballo, pero un hachazo formidable le volcó de
la silla.
— Soy caballero del Rey, bandidos, y si no franqueáis el camino, os haré ahorcar como a perros—,
dijo Agesilao, tratando en vano de subir a su potro.
Uno de los de la chusma se le acercó y viéndole
desarmado, arrojóle un puñal. Brazo de Hierro, rechazando el acero, escupióle en el rostro.
Esta actitud exacerbó a los otros, que lo rodearon,
amenazantes. Agesilao erguido y con los brazos cruzados
sobre el pecho se mantuvo inmóvil.
Uno de los villanos le hirió por la espalda para
obligarlo a combatir, irritando su dolor y su ira.
— Si no te defiendes te mataremos aquí mismo y
colgaremos tu cabeza en las ramas de un árbol. Defiéndete. . .
— Matadme.
— Defiéndete.
— Matadme. ¡La mano de Agesilao Héctor Arturo
de la Tour de Boulogne no se enrojecerá jamás con
sangre vil! . . .
Cayeron sobre él cuatro estocadas simultáneas y su
cuerpo tambaleó.
Cuando estuvo en el suelo, el jefe de la chusma
colocóle su puñal a la altura de los ojos, prometiéndole
la vida al precio de un perdón. Brazo de Hierro escupióle de nuevo. Entonces cuatro hojas cortantes desgarraron su pecho y la sangre del paladín más bravo de
la corte francesa enrojeció el camino. . .
"El Príncipe Mamboretá y otros cuentos de hadas" |