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Enrique Jardiel Poncela

"Consejos a una señora"

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Consejos a una señora
La felicidad en el matrimonio

Bajo el escalofriante seudónimo «Una agradecida a Juan Ferragut", me escribe una lectora casada pidiéndome unas reglas para ser feliz en su matrimonio hasta que el simpático plumífero citado arriba consiga la implantación del divorcio en España. Ahi va mi respuesta.

Desconocida señora: Me deja usted más parado que un tranvía de la Fuentecilla. Porque pedirme a mí consejos para ser feliz, es tan absurdo como bailar la jota sobre un bote de bicarbonato químicamente puro.

Si usted fuera soltera y me preguntase cómo haría para ser dichosa en el matrimonio, yo la contestaría: para ser dichosa en el matrimonio, lo mejor es no casarse. Pero el Hado, ¡el Hado rico!, ha querido que usted me haga esa pregunta después de haberse uncido, y esto es lo que me espanta.

Me habla usted de la campaña de Ferragut en pro del divorcio, y me pide opinión. A mí la campaña me parece una estupendez; pero de que esté bien a que el divorcio se consiga, hay una distancia como del Fornos-Palace a las islas Molucas, y regreso. El gran Ferragut ha cogido un mal pleito. Es digno de elogios.

Así es que, mientras se opera el milagro de la implantación del divorcio hispano, le envío los consejos que me pide.

Empecemos por examinar el problema, como si fuera un alumno de Derecho canónico.

En España hay, por lo menos, cinco millones de matrimonios que viven en bronca vitalicia. Esto es evidente, evidente y epitalámico. Los hogares en donde habitan esos matrimonios son una repríse de la toma de los Castillejos y de la batalla de Trasimeno, mitad y mitad. ¿Que por qué? Las causas son innumerables; pero se puede afirmar que en el 105 por 100 de los casos tiene la culpa el marido. En los restantes, la culpa le corresponde a la mujer. Este aserto queda probado con un cuadro sinóptico.

Causas de las desgracias matrimoniales.

1. Marido curda. (Culpa del marido.)

2. Marido enamoradizo y recalcitrante de todas las mujeres que no son la suya. (Culpa del marido.)

3. Marido que se juega el sueldo «a la docena especial». (Culpa del marido.)

4. Marido ineducado, que trata a la esposa como si fuera la máquina de sacar brillo al «parquet.» (Culpa del marido.)

5. Marido tacaño, que arma un cisco de orujo cada vez que su señora se tiene que comprar zapatos. (Culpa del marido.)

6. Marido celoso, al que se le hacen los dedos huéspedes mediopensionistas. (Culpa del marido.)

7. Marido enfrascado en sus asuntos, que no atiende a su compañera. (Culpa del marido.)

8. Marido completamente imbécil, mochales perdido, presumido, idiota o envanecido, que le da el té con pestiños rellenos a su mujer. (Culpa del marido.)

9. Esposa de mal genio, que tiene por carácter una limonada. (Culpa del marido, que no se impone gritando más y rompiendo más platos.)

10. Esposa gastadora. (Culpa del marido, que no se encarga de la administración.)

11. Esposa imbécil. (Culpa del marido, por casarse con ella, o por no resignarse.)

12. Esposa enamoradiza de todos los hombres que no son su marido. (Culpa del marido, que no la manda en gran velocidad a la península de Florida.)

13. Esposa que, una vez casada, abandona el cuidado de su personita y vive hecha una birria ambulante. (Culpa del marido, que no se va con otra a toda marcha.)

14. Marido y esposa que se han perdido el cariño y la estimación. (Culpa del marido, que no propone el mutis mutuo y la separación amical o estrepitosa.)

15. Esposa que mete a su madre en el domicilio conyugal, para que le dé siempre la razón en las broncas, y, de esta manera, rehogarle los glóbulos rojos al marido. (Culpa del marido, que no se va a hacer películas a California.)

16. Esposa rica que echa en cara su dinero al marido. (Culpa del marido, que sigue viviendo en tal compañía.)

Y en los demás casos, la culpa le corresponde a la mujer.

Como verá la lectora desconocida en el cuadro anterior, las causas de desgracia matrimonial se pueden circunscribir a diez y seis.

¿Usted quiere ser feliz en su matrimonio? Pues en su delicada mano está el evitar las ocho últimas, menos la señalada con el número once, porque claro que si es usted imbécil — y yo, como Escévola, pongo mi diestra en el fuego asegurando que no —, no tiene remedio ni arreglo su imbecilidad. Hay cosas que se heredan sin pagar derechos reales, y ya no hay fuerzas humanas capaces de sacudirse la herencia.

Quedan, pues, las ocho causas primeras, que se las traen. Para las números uno, tres y cinco tiene usted una excelente arma de combate: las lágrimas. Llórele usted a su marido, como si estuviese bajo una lápida en San Lorenzo, y si él tiene algo de la delicadeza del foulard, dejará de jugar, de acurdelarse y de tacañear. Para las causas números dos y siete, tiene usted el remedio de darse mucha coba y atraerle por medio del rimmel y otros lazos pamperos por el estilo.

Y para las causas números cuatro y ocho tiene usted aún otro sistema: darle un estacazo en el temporal izquierdo a su marido.

Pero... ¿qué veo? En el final de su carta me hace usted una descripción de su marido, y veo que su manera de ser se adapta a las causas números uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho...

Señora... En vista de eso, le quedan tres caminos: esperar el triunfo de Juan Ferragut con el divorcio, engomarle un tiro a su esposo, o fugarse al Cáucaso con cualquier recaudador de Contribuciones.

 

ENRIQUE JARDIEL PONCELA

Buen humor (Madrid). 23-12-1923, no. 108

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