¡Señor!, si en sus miradas encendiste
este fuego inmortal que me devora,
y en su boca fragante y seductora
sonrisas de tus ángeles pusiste;
si de tez de azucena la vestiste
y negros bucles; si su voz canora,
de los sueños de mi alma arrulladora,
ni a las palomas de tu selva diste.
Perdona el gran dolor de mi agonía
y déjame buscar también olvido
en las tinieblas de la tumba fría.
Olvidarla en la tierra no he podido.
¿Cómo esperar podré si ya no es mía?
¿Cómo vivir, Señor, si la he perdido? |