"María" Capítulo 32
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Biografía de Jorge Isaacs en Wikipedia | |
Música: Brahms - Three Violín Sonatas - Sonata N 3 - Op. 108 |
María |
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XXXII | ||
En la mañana siguiente tuve que hacer un esfuerzo para que mi padre no comprendiese lo penoso que me era acompañarlo en su visita a las haciendas de abajo. Él, como lo hacía siempre que iba a emprender viaje, por corto que fuese, intervenía en el arreglo de todo, aunque no era necesario, y repetía sus órdenes más que de costumbre. Como era preciso llevar algunas provisiones delicadas para la semana que íbamos a permanecer fuera de la casa, provisiones a las cuales era mi padre muy aficionado, riéndose él al ver las que acomodaban Emma y María en el comedor, dentro de los cuchugos que Juan Ángel debía llevar colgados a la cabeza de la silla, dijo: -¡Válgame Dios, hijas! ¿Todo eso cabrá ahí? -Sí, señor -respondió María. -Pero si con esto bastaría para un obispo. ¡Ajá! eres tú la más empeñada en que no lo pasemos mal. María, que estaba de rodillas acomodando las provisiones, y que le daba la espalda a mi padre, se volvió para decirle tímidamente a tiempo que yo llegaba: -Pues como van a estarse tantos días... -No muchos, niña -le replicó riéndose-. Por mí no lo digo: todo te lo agradezco; pero este muchacho se pone tan desganado allá... Mira -agregó dirigiéndose a mí. -¿Qué cosa? -Pues todo lo que ponen. Con tal avío hasta puede suceder que me resuelva a estarme quince días. -Pero si es mamá quien ha mandado -observó María. -No hagas caso, judía -así solía llamarla algunas veces cuando se chanceaba con ella-; todo está bueno; pero no veo aquí tinto del último que vino, y allá no hay; es necesario llevar. -Si ya no cabe -le respondió María sonriendo. -Ya veremos. Y fue personalmente a la bodega por el vino que indicaba: y al regresar con Juan Ángel, recargado además con unas latas de salmón, repitió: -Ahora veremos. -¿Eso también? -exclamó ella viendo las latas. Como mi padre trataba de sacar del cuchugo una caja ya acomodada, María, alarmándose, le observó: -Es que esto no puede quedarse. -¿Por qué, mi hija? -Porque son las pastas que más les gustan y... porque las he hecho yo. -¿Y también son para mí? -le preguntó mi padre por lo bajo. -¿Pues no están ya acomodadas? -Digo que... -Ahora vuelvo -interrumpió ella poniéndose en pie-. Aquí faltan unos pañuelos. Y desapareció para regresar un momento después. Mi padre, que era tenaz cuando se chanceaba, le dijo nuevamente en el mismo tono que antes, inclinándose a colocar algo cerca de ella: -Allá cambiaremos pastas por vino. Ella apenas se atrevía a mirarlo; y notando que el almuerzo estaba servido, dijo levantándose: -Ya está la mesa puesta, señor -y dirigiéndose a Emma-: dejemos a Estefana lo que falta; ella lo hará bien. Cuando yo me dirigía al comedor, María salía de los aposentos de mi madre, y la detuve allí. -Corta ahora -le dije- el pelo que quieras. -¡Ay! no, yo no. -Di de dónde, pues. -De donde no se note. Y me entregó unas tijeras. Había abierto el guarda-pelo que llevaba suspendido al cuello. Presentándome la cajilla vacía, me dijo: -Ponlo aquí. -¿Y el de tu madre? -Voy a colocarlo encima para que no se vea el tuyo. Hízolo así diciéndome: -Me parece que hoy te vas contento. -No, no; es por no disgustar a mi padre: es tan justo que yo le manifieste deseo de ayudarle en sus trabajos y que le ayude. -Cierto; así debe ser; y yo procuraré manifestar que no estoy triste para que mamá y Emma no se resientan conmigo. -Piénsame mucho -le dije besando el pelo de su madre y la mano con que lo acomodaba. -¡Ah! ¡mucho, mucho! -respondió mirándome con aquella ternura e inocencia que tan bien sabían hermanarse en sus ojos. Nos separamos para llegar al comedor por diferentes entradas. |
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