No se han de apreciar los libros por su bulto ni su tamaño
Persuadía un tordo abuelo,
lleno de años y prudencia,
a un tordo, su nietezuelo,
mozo de poca experiencia,
a que, acelerando el vuelo,
viniese con preferencia
hacia una poblada viña,
e hiciese allí su rapiña.
«¿Esa viña dónde está?
-le pregunta el mozalbete-;
¿y qué fruto es el que da?»
«Hoy te espera un gran banquete
-dice el viejo-. Ven acá;
aprende a vivir, pobrete».
Y no bien lo dijo, cuando
las uvas le fue enseñando.
Al verlas saltó el rapaz:
«¿Y ésta es la fruta alabada
de un pájaro tan sagaz?
¡Qué chica! ¡Qué desmedrada!
¡Ea, vaya! Es incapaz
que eso pueda valer nada.
Yo tengo fruta mayor
en una huerta, y mejor».
«Veamos -dijo el anciano-,
aunque sé qué más valdrá
de mis uvas sólo un grano».
A la huerta llegan ya,
y el joven exclama ufano:
«¡Qué fruta! ¡Qué gorda está!
¿No tiene excelente traza?»
¿Y qué era? ¡Una calabaza!
Que un tordo en aqueste engaño
caiga, no lo dificulto;
pero es mucho más extraño
que hombre tenido por culto
aprecie por el tamaño
los libros, y por el bulto.
Grande es, si es buena, una obra;
si es mala, toda ella sobra. |