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Tomás de Iriarte

"La música de los animales"

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La música de los animales
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Cuando se trabaja una obra entre muchos, cada uno quiere apropiársela si es buena, y echa la culpa a los otros si es mala

 

Atención, noble auditorio, 
que la bandurria he templado, 
y han de dar gracias cuando oigan 
la jácara que les canto. 
En la corte del león,
día de su cumpleaños, 
unos cuantos animales 
dispusieron un sarao; 
y para darle principio 
con el debido aparato,
creyeron que una academia 
de música era del caso. 
Como en esto de elegir 
los papeles adecuados 
no todas veces se tiene
el acierto necesario, 
ni hablaron del ruiseñor, 
ni del mirlo se acordaron, 
ni se trató de calandria, 
de jilguero ni canario.
Menos hábiles cantores, 
aunque más determinados, 
se ofrecieron a tomar 
la diversión a su cargo. 
Antes de llegar la hora
del canticio preparado, 
cada músico decía: 
«¡Ustedes verán qué rato!» 
Y al fin la capilla junta 
se presenta en el estrado,
compuesta de los siguientes 
diestrísimos operarios: 
los tiples eran dos grillos; 
rana y cigarra, contraltos; 
dos tábanos, los tenores;
el cerdo y el burro, bajos. 
Con qué agradable cadencia, 
con qué acento delicado 
la música sonaría, 
no es menester ponderarlo.
Baste decir que los más 
las orejas se taparon, 
y por respeto al león 
disimularon el chasco. 
La rana, por los semblantes,
bien conoció, sin embargo, 
que habían de ser muy pocas 
las palmadas y los bravos. 
Salióse del corro, y dijo: 
«¡Cómo desentona el asno!»
Éste replicó: «¡Los tiples 
sí que están desentonados!» 
«¡Quien lo echa todo a perder 
-añadió un grillo chillando- 
es el cerdo!» «¡Poco a poco!
-respondió luego el marrano-: 
nadie desafina más 
que la cigarra, contralto». 
«¡Tenga modo y hable bien! 
-saltó la cigarra-; es falso:
esos tábanos tenores 
son los autores del daño». 
Cortó el león la disputa, 
diciendo: «¡Grandes bellacos! 
¿Antes de empezar la solfa
no la estabais celebrando? 
Cada uno para sí 
pretendía los aplausos, 
como que se debería 
todo el acierto a su canto;
mas viendo ya que el concierto 
es un infierno abreviado, 
nadie quiere parte en él, 
y a los otros hace cargos. 
Jamás volváis a poneros
en mi presencia: ¡mudaos!, 
que, si otra vez me cantáis, 
tengo de hacer un estrago».

¡Así permitiera el cielo 
que sucediera otro tanto
cuando, trabajando a escote 
tres escritores o cuatro, 
cada cual quiere la gloria, 
si es bueno el libro u mediano, 
y los compañeros tienen
la culpa, si sale malo!

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