Media Noche.
Solo, bajo el cielo inmenso, ante el prestigio augusto de la luna, pienso y sueño. Y, como en la onda de una brisa dulcemente animadora, todos mis pensamientos y todos mis sueños vuelan a tí; a ti, amada mía, que duermes, quizás, –azucena inmaculada– entre la nieve de tu lecho de virgen. Pienso y sueño, y a la magia de tu recuerdo visionero ¡qué de anhelos van brotando en mi alma, la nostálgica eterna de la dicha!
Sí, querría que fuera en una noche como ésta la hora suprema en que irradiara de tus pupilas agarenas la llama sagrada, en que surgiera de tus labios estremecidos la palabra milagrosa.
Y que fuera allá, lejos de las ciudades, lejos de lo ficticio, lejos de todo lo que amarga y de todo lo que hiere, en un sitio bello, misterioso como el amor, dentro de un bosque inviolado, sonoro al viento como una gran lira, cerca de un lago pequeño, suavemente melodioso como el canto de una flauta lejana. En sus orillas, lises rojos como rosas y rosas blancas como lises. Sobre el cielo, entre velos de nubes albas, la luna... ¿Margarita? ¿lirio? ¿perla?... no: Ofelia naufraga flotando en un vasto mar azul . Por la atmósfera, vibrante como el cristal, diáfana como plata fluida, un vuelo níveo de palomas; y sobre el lago la florescencia cándida de una parvada de cisnes...
Y allá, bajo el cielo inmenso, en la majestad tranquila de la naturaleza, ante el prestigio augusto de aquel claro de luna –y en tanto que la ola de tus cabellos caía por tu espalda como un jirón del manto de la noche sobre un campo de nieve –que viera yo irradiar de tus pupilas agarenas la llama sagrada y escuchara de tus labios estremecidos la palabra milagrosa. Y allá los dos, solos, juntos, que comulgáramos en el cáliz rojo del Beso, triunfando así, tú de mis nostalgias con el esplendor de tu belleza, yo de ti con mis caricias y ambos con nuestra juventud del Tiempo y de la Vida. |