Un día Nita vio un nido en el árbol que había junto a su ventana.
-¡Toñito! -dijo a su hermano-. Se ve un nido en el árbol. Y dentro hay huevos. ¡Uno, dos, tres, cuatro huevos!
En esto, vino un pájaro loco al árbol, se fue derecho al nido y se sentó sobre los huevos.
-¡Mira! ¡Mira! -dijo Toñito-. Hay un pájaro. Es el pájaro madre.
—¡Sí!— dijo Nita-. Yo veo al pájaro padre también. ¡Qué feliz es!
Una mañana Toñito dijo: “¡Ven conmigo, Nita! Mira el nido ahora”.
Nita miró el nido. Adivina qué vio dentro.
-¡Ooooooh! -dijo la niña-. ¡Uno, dos tres cuatro, pájaros pequeñitos! ¡Qué graciosos pájaros tan pequeñitos!
Pronto los pajaritos se hicieron grandes. Y querían volar.
-¡Mira! -dijo uno de ellos a los otros-. Yo puedo volar. ¿Queréis verme volar?
¡Hop, hop, hop! Y el pajarito que quería volar cayó en tierra al intentarlo.
Vino el pájaro madre. Y también vino el pájaro padre. Ellos no podían ayudar a su hijito, que se les había escapado del nido.
Pero Nita lo cogió al pie del árbol.
-¡Ven aquí, Toñito! -dijo la niña-. Este pequeñito cayó del nido. Nosotros debemos ayudarle.
Tomó Toñito el pequeño pájaro, subió con él delicadamente sobre el árbol y lo puso dentro del nido.
Un día el pájaro padre dijo:
-¡Venid, venid, venid, hijitos míos, pajarillos de mi corazón! Ahora ya podéis volar. ¡Volad, volad conmigo!
El pájaro madre también dijo:
-¡Volad, niñitos míos y del aire! ¡Volad, volad conmigo!
Y los cuatro pajarillos echaron a volar. Y el pájaro padre iba delante. Y el pájaro madre iba detrás.
Nita y Toñito les despidieron gritando:
“Hasta la vuelta, pequeñuelos,
y que no os vayáis a perder
en las estrellas de los cielos.
Venid siempre al atardecer”. |