Alfonso Hernández Catá en AlbaLearning

Alfonso Hernández Catá

"Un drama"

Cuentos pasionales

Biografía de Alfonso Hernández Catá en AlbaLearning

 
 

[ Descargar archivo mp3 ]

 
Música: Falla - El Sombrero de Tres Picos - 4: Danse du Corregidor
 

Un drama

 

Se había ocultado el sol. En el puerto, las canciones de los pescadores tremolaban lentas, desfalleciendo hasta morir a lo largo del mar, en la quietud misteriosa y trágica. El crepúsculo descendía de los montes, poniendo en las aguas un color cenizoso. Una neblina sutil era corona en las altas cúspides y velo en la lejanía azul. Hacia el pueblo brillaban algunas luces indecisas.

Un hombre se destacó en el muelle, gritando:

— ¡Un botero!

Y no recibiendo respuesta, tornó a gritar:

— ¡Una lancha por una hora!

El bote se acercó lentamente, guiado por un hombre fornido, quien, cuando llegó a tierra, llamó a un rapaz para servirse de su ayuda. Los paseantes querían merendar fuera del puerto, pasada la barra. No le consintieron al muchacho llevar hasta la embarcación el cesto de las provisiones.

— ¡Abre!

El chico se apoyó en el malecón hasta desatracar la barca; luego, sentándose, empezó a bogar.

—¡Cía!

Viraron poniendo la proa en la dirección del canal. El patrón, acompasando la maniobra con movimiento de su intonsa cabeza, aún ordenó al chico:

—¡Avante!

Y los remos, aleteando unánimes, imprimieron al bote una marcha suave y rápida.

En el pueblo, donde la falta de comodidades no permitía colonia veraniega, todos conocían a los señoritos. Estaban alli hacía dos meses, y nadie sabía su residencia habitual. Componía la familia un matrimonio con una hija enferma, a quien jamás se había visto. Sus padres la cuidaban celosamente. Vivían acariciados de comodidades, pero con una sola criada, tomada al servicio en uno de los pueblos del tránsito. Dijo el botero:

—¿Cómo está la salud de la señorita?

— Mejor; gracias.

La mujer preguntó, afectando inocente curiosidad:

—Pasada la barra, ¿hay mucho fondo?

— Mucho, señorita.

Y callaron. Los estrobos chirriaban monorrítmicamente. Sentados en las bancadas de popa, los señoritos hablaban en voz baja:

—Es preciso. Es el único medio de salvar la honra. El que huyó antes no vendrá a preguntar nada...

El hombre, abatida sobre el pecho la cabeza, meditaba. Ella insinuó:

— ¿Consentirás sufrir tamaña vergüenza?

— Tienes razón.

—Lo principal está consumado. Nada debemos temer. Con serenidad... ¿Calculaste bien el peso?

De afuera llegaba viento frío. El agua se rizaba con ondulaciones más violentas. Las olas se perseguían hasta chocar contra los peñascos, donde se alzaban sonoras, vestidas de espumas. Sobre el fondo pardo de las colinas desvanecíase la nota blanca de las casas diseminadas en ellas. Fundíase en un tono rojo la amplia gama de verdes que acusaban los bosques, los pinares, los pequeños huertos. Las gaviotas recortaban en el azul su candidez rauda; de vez en vez, alguna turbaba el vuelo majestuoso, descendía y tornaba a elevarse, llevando en el pico un despojo argentado y sangriento. Un faro destelló súbitamente alumbrando hasta gran distancia. Interrogó el chiquillo:

— ¿Más allá, señoritos?

— Sí, un poco más.

Marcharon breve rato, la mujer dijo en tono quedo al oído de su esposo:

— Ahora — y en voz alta, ligeramente enronquecida — . Aquí ya podemos merendar; abre la cesta.

Su mirada fulgía trágica en la sombra. En un silencio henchido de presagios fúnebres, percibióse el jadear del viejo y del muchacho inclinados sobre los remos. El señor levantó el canasto, apoyóle en la borda y fingiendo un traspiés, lo dejó caer al mar, donde se hundió con un sonido en el que dominaba la ele.

— ¿Qué ha sucedido?

—La cesta.

— ¿Se ha caído la cesta?— interrogó el botero.—¡Cía, chico!

— Tal vez se haya sumergido. ¡Tenía tanto peso!

— Sería muy difícil encontrarla.

— Se está picando la mar.

— ¿Es aquí donde hay tanto fondo?

—¿Aquí? Lo menos veinte brazas.

— ¿Y no es mucho?

— Mucho; sí, señora.

— Será mejor volvernos a tierra. ¡Buena tarde!

— Cuando usted quiera, caballero.

Aún la mujer volvió a mirar atrás. El regreso fue difícil, el viento batía la proa, debilitando el esfuerzo de los remeros. Durante el trayecto no hablaron nada, y cual si temiesen mirarse, distrajeron la vista en la fosforescencia que los remos arrancaban al mar. En la monotonía negra de las casas reflejándose invertidas, detonaba el cabrilleo áureo de algunas luces. El muelle avanzaba su mole férrea, sostenida por erectos pilares; éstos parecían en el agua haber perdido su resistencia y culebreaban flácidos, cual si fueran a ceder al peso.

Desembarcaron. El caballero regateó el precio exigido por el patrón.

— Es muy caro; ha sido una tarde desgraciada.

Llegaron a la quinta. Era domingo y la criada no había vuelto aún. Abrieron el cuarto de la enferma cerrado con llave. Sobre la albura del lecho mostraba la paciente su lividez. Interrogó con una mirada a sus padres. Ellos nada dijeron. En la almohada una tenue huella acusaba un sitio vacío.

Inicio
     
 

Índice del Autor

Cuentos de Amor

Misterio y Terror