PRIMERA PARTE
Era domingo, y lindo día; despejado, por añadidura. Deseos de divertirse y buena carne en vista.
Con su flete,
muy paquete
y emprendao,
iba Armando
galopiando
pal poblao.
Por otra parte:
En el rancho
de ño Pancho
lo esperaba,
la puestera,
(más culera
que una taba).
¡Ah!, Moreno, negro y alegre a lo tordo.
SEGUNDA PARTE
Buena gaucha la puestera, y conocida en el campo como servicial y capaz de sacar a un criollo de apuros. De esos apuros que saben tener sumido al cristiano macho (llámesele mal de amor o de ausencia). Y no era fea, no, pero suculenta, cuando sentada sobre los pequeños bancos de la cocina, sus nalgas rebalsaban invitadoras. «Moza con cuerpo de güey, muy blanda de corazón», diría Fierro. Lo cierto es que el moreno iba a pasto seguro, y no contaba con la caritativa costumbre de su china, servicial al criollo en mal de amor.
Cuando Armando llegó al rancho, interrumpió un nuevo idilio. El gaucho, mejor mozo por cierto que el negro, tuvo a los ruegos de la patrona que esconderse en la pieza vecina antes de probar del alfeñique; y misia Anunciación quedó chupándose los dedos, como muchacho que ha metido la mano en un tarro de dulce.
¡Negro pajuate!
TERCERA PARTE
—Güenas tardes.
—Güenas.
No estaba el horno como pa pasteles, y Armando, poco elocuente, manoteó la guitarra, preludió un rasguido trabajoso, cantando por cifra con ojos en blanco y voz de rueda mal engrasada.
—Prenda, perdone y escuche.
Prenda, perdone y escuche,
que mis penas bi'a cantar,
pero usté mi'a de alentar,
pues traigo pesao el buche,
más retobao que un estuche
que no se quiere vaciar.
Doña Anunciación, más seria que el Ñacurutú, guiñaba los ojos, perplejos.
Armando buscó inspiración por milonga:
No me mire, vida mía,
con esa cara tan mala,
que el corazón se me quiebra
como una hojita'e chala.
Miremé, china, en el alma,
con sus ojos de azabache;
miremé con su cariño,
que no hay miedo que me empache.
Y digamé con los ojos
que lo quiere a su moreno,
y enfrenemé con confianza,
que he de morder en su freno.
Pero no se enoje, prenda,
y no arrugue ansí la cara,
si no quiere que me muera
más blandito que una chara.
Ahí no más, salió el de adentro, enredándose en los bancos, con tamaña daga remolineando, y ambos amantes se encararon, entre insultos y promesas de degüello.
—Negro desgraciado, había de tocarle la mala —y quedó boqueando, mientras el otro huía despreciando a la china, a quien comparaba con bestias poco honradas. Se fue, se fue... pucha, moso apurao.
La puestera, momentáneamente preocupada, arrastró hacia afuera al muerto, lo subió a duras penas en la zorra, ató el petizo y fue hasta una vizcachera rodeada de tupidos cardos, donde volcó su carga. Mientras tapaba al finao, recordó su nuevo amor ahuyentado.
—Bien muerto —pensaba— por entrometido.
La cabeza quedaba aun de fuera; doña Anunciación no podía ya de cansada, pero era buena cristiana; hizo una cruz de un palito, buscó un lugar donde ponerla, y, con ímpetu repentino, se la clavó al muerto en el ojo.
¡Negro pajuate! |