Una vez un carretero llevaba su carro bien cargado de vino, y
se le atascó de tal manera que no era capaz de sacarlo del atolladero. Precisamente venía por el camino la madre de Dios, y al ver
los apuros del pobre hombre, le dijo:
— Estoy cansada y sedienta; dame un vaso de vino y yo te
ayudaré a sacar el carro.
— Con mucho gusto — contestó el carretero —, pero no tengo
vaso para echar el vino.
La madre de Dios rompió entonces una florecilla blanca con
tiras blancas, llamada correhuela, que tiene una forma parecida a un vaso. Se lo dio al carretero, éste lo llenó de vino y la madre de Dios se lo bebió; en ese momento el carro salió del atasco y
el carretero pudo seguir su camino. Desde entonces, la florecilla
se llama «vasito de la madre de Dios». |