Érase una mujer pobre que tenía dos hijos, el menor de los cuales había de salir todos los días al bosque a buscar leña.
Ya adentrado mucho en él, salióle al encuentro un niño muy pequeño que, acercándosele sin miedo, lo ayudó diligentemente a recoger la leña y a transportarla a casa; y, al llegar a la puerta, desapareció.
El muchachito lo contó a su madre, pero ella se negó a creerlo.
Al fin, el muchachito sacó una rosa y le explicó que el niño se la había dado, diciéndole: «Volveré cuando se abra esta rosa».
La madre puso la flor en agua.
Y una mañana, el muchacho no se levantó de la cama, y, al ir su madre a llamarlo, lo encontró muerto, pero con semblante apacible y dichoso.
Y aquella misma mañana se abrió la rosa. |