Vivía una vez una muchachita muy testaruda e indiscreta, que nunca obedecía a sus padres. ¿Cómo queréis que le fuesen bien las cosas? Un día dijo a sus padres:
- Tanto he oído hablar de Dama Duende, que me han entrado ganas de ir a verla a su casa. Dice la gente que todo es allí maravilloso, y que ocurren cosas extraordinarias; me muero de curiosidad por verlo.
Los padres se lo prohibieron rigurosamente, añadiendo:
- Dama Duende es una mujer malvada que hace cosas impías; si vas, dejarás de ser nuestra hija.
Pero la muchacha hizo caso omiso de la prohibición de sus padres, y se encaminó a la casa de Dama Duende. Al llegar, preguntóle ésta:
- ¿Por qué estás tan pálida?
- ¡Ay! -respondió la niña toda temblorosa-. ¡Lo que he visto me ha asustado tanto!
- ¿Y qué has visto?
- En la escalera vi a un hombre negro.
- Era un carbonero.
- Luego vi a uno verde.
- Era un cazador.
- Luego vi a otro, rojo como sangre.
- Era un carnicero.
- ¡Ay, Dama Duende! Después tuve un gran susto, pues al mirar por la ventana no os vi a vos, sino al diablo, echando fuego por la cabeza.
- ¡Vaya! -exclamó ella-. ¡Así, viste a la bruja en su mejor atavío! Tiempo ha que te estaba esperando y deseando que vinieses. Ven, que me alumbrarás.
Transformando a la muchacha en un tarugo de madera, la arrojó al fuego. Y cuando ya estuvo convertida en una brasa ardiente, sentóse a calentarse a su lado, diciendo:
- ¡Ésta sí que da luz! |