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Andrés González Blanco

"El más feliz"

Biografía de Andrés González-Blanco en Wikipedia

 
 
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El más feliz
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III

Aquella noche, a las diez y cuarto, se discutía acaloradamente.

— Pues no señor; a mi nadie me convence de que tan joven se pueda ser ya un sabio...

— Pero, hombre, no se obstine usted; Menéndez Pelayo y Balmes escribían a los veinte años.

La erudición en el Casino de Sancho-Tello era profundamente ortodoxa y española: sobre todo, muy española.

— D. Mariano (dijo el de Literatura Latina al de Derecho Canónico); lea usted de nuevo la noticia porque no parece deducirse de ella un tan pronunciado imberbismo como usted supone...

El distinguido latinista era hombre que gustaba de ciertas libertades lingüísticas. Solía usar mucho las terminaciones en ismo porque le daban la sensación de prolongar el monólogo interior que se traía siempre en latín.
Cogió el catedrático un número del periódico bisemanal. La Voz de Sancho-Tello, y leyó:

"Después de brillantísima y reñida oposición, ha ganado la cátedra de Lengua Griega de la Universidad de Sancho-Tello don Macario Ruiz Ramos. Conocido por sus excelentes trabajos de Semántica y por las traducciones de Teócrito y de Mosco, nada hemos de añadir hoy a su honrorísima hoja de indiscutibles méritos, que le han acreditado de gran difundidor de la cultura clásica en nuestro país.

Nos limitamos a enviarle la más cumplida enhorabuena y la bienvenida más cariñosa".

— De aquí claramente se deduce, argüyó el canonista.

— Hombre, eso de claramente...

— Lo único que me parece a mí (aseguró el Teniente-fiscal de la Audiencia, que era de los que contendían) es que el hombre que se atreve a escribir de Semántica necesita saber donde le aprieta el zapato.

La conclusión del jurisconsulto, que era un hombre patilludo y jaranero, más amigo de visitar perdidas en los arrabales que de dictar sentencias condenatorias, fue contundente y decisiva. Todo el mundo quedó convencido de que el nuevo catedrático era un sabio, uno de esos verdaderos sabios que sólo pueden venir de Madrid.

Salieron a relucir los naipes y, con las cartas sobre el tapete, se olvidó al profesor de griego, con toda la luminosa estela de ciencia, y de ciencia madrileña. ¿Hay ciencia más profunda y sugestiva que la que destila y rezuma por todos sus poros el libro de las cuarenta hojas?... Al lado de ella, ¿qué valen las complicadas y abstrusas enseñanzas de la Semántica, la Psicología y la Etnografía?... En los casinos españoles se desdeñan profundamente todas esas disciplinas y otras más que sería prolijo enumerar; y queda conculcado y pisoteado todo linaje de sabiduría que no consista en hacerse unas carambolas, jugarse un solo en el tresillo o ver venir una carta al baccarrat... Y en realidad de verdad ¡quién sabe si les asiste la razón y si ellos poseen la clave de la suma filosofía, que consiste en arrojar a un lado y preterir toda filosofía como bagaje inútil para la lucha por la vida!... Al fin y al cabo, los tontos y los nescientes son los que cobran del Estado y lo pasan bien en la vida...

Salieron del Casino los jugadores bien alta la noche, cuando en las calles plateadas por la luna y por la escarcha sólo se veían perros sarnosos que ladraban sus tristezas cara a Selene, con gesto de desafío; y las linternas de los vigilantes nocturnos espiaban entre la sombra de los portales como pupilas inyectadas de sangre...

Una estrella cruzó rápida por el negro Océano del firmamento, como acudiendo a una cita amorosa que le interesaba... Un tren silbó lejos, más allá de los oteros de Benzales. El silbido en la noche era como el lamento de un ánima en pena...

Se fueron separando los contertulios, embocando diversas calles, todas igualinente alumbradas con faroles de luz exigua. Algo de torvo y de romántico flotaba en aquellas calles silenciosas como desfiladeros de montañas, donde los faroles más que faroles públicos parecían luces de mesones para el caminante.

El último que se retiró fue el de Derecho Canónico que, al quedar solo, oyó dar las dos en el reloj de la Audiencia, y se confesó, que aquello de la Semántica era tan profundo por lo menos como la teoría del devenir de Hegel, que hacía veintitrés años tenia atragantada.

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