Juan Valdés tenía una novia de reja y plática nocturna en la Plaza de las Comendadoras... Una noche, al retirarse de su charla cotidiana con Amparo, su prometida, tropezó en la calle de Quiñones con una chulona bravía y flamenca, de las que van taconeando fuerte y meneando el traspuntín con contoneo lascivo, para prender mocitos en los flecos de su mantón de chai...
Siguióla, le habló con tono chulesco, como a ella le había de agradar, cenaron juntos a la noche siguiente de conocerla en «La Viña P.» y aquella misma semana Valdés entraba en posesión de Trini que habitaba un pisito bajo, muy coquetón y muy recogidito, de la calle del Rincón. Dos meses estuvo Valdés usufructuando a la chula que tenía un anciano respetable, residente de Guadalajara, de donde sólo venía lunes, miércoles y viernes—como para una clase alterna de idiomas...
Dos meses de voluptuosidad y de encanto, que fueron para Valdés rápidos y engolosinadores... Pero un día observó que un capitán de sedeños y pomposos bigotes paseaba con demasiada frecuencia la calle del Rincón y cruzaba mucho ante los balcones del piso bajo que habitaba Trini:..
Dedicóse desde entonces a espiar a la chula de, Amanie!, ejerciendo sobre ella un servicio de vigilancia y espionaje que para sí hubieran querido los imperios centrales en la guerra europea... Un mozo del café de San Bernardo—donde él solía tomar todas las tardes un brebaje insulso y acuoso—oteaba las entradas y salidas de Trini con orden expresa de no ocultar nada a Valdés por torpe e ingrato que ello fuera para su amor propio... Al cabo de ocho días el taimado marmitón gallego vino a la conclusión dolorosa, pero exacta, de que Trini se entrevistaba con el capitán en las primeras horas de la tarde cuando ni había tren en que pudiese llegar «el señor », ni había costumbre de que Juanín apareciera. El capitán salía siempre de la casa al filo de las siete, retorciéndose los bigotes donjuanescos y mirando en derredor como si se sintiese acechado.
Coincidió con esta sagaz inquisición una carta que recibió Valdés, mal garrapateada y henchida de horrendas faltas de ortografía. La chula le decía así: «Juanito: E decidido que no siguamos las relaciones porce tengo muho miedo a mi señor y pudiera sorprendernos pues sabrás que la cotilla de la portera le a ido con el cuento y que tiene ya la mosca én la oreja. Lo siento mucho porque te había tomado cariño en los dos meses que llevamos tratando nos pero tu berás lo ce pasa si el se entera; que se me pone el cocí en las nubes. Además me e enterado que tienes una nobia; si es fórmalita, te aconsejo que lo tomes en serio, y te cases con ella. Perdona a esta que te ha querido mucho pero no me lo tomes a mal y no me guardes rencor. Te recordará siempre como una buena amiga, tu... Trini.
Valdés pataleó un poco aquella noche en su casa viéndose francamente derrotado por el capitán de erizados bigotes, y juró odio mortal al arma de infantería... Habían sido dos meses deliciosos pasados al lado de la chula adorable y pérfida, más adorable cuanto más pérfida, y no se resignaba fácilmente a la separación.
Sobre todo al llegar la roche la echaba mucho de menos recordando las primeras veladas de amor, en el gabinetito confortable y lujoso, con el brasero en la camilla y los aromas capitosos del «boudoir» de Trini que le envolvían en una atmósfera de voluptuosidad. Evocaba aquellas primeras noches encendidas y bárbaras, cuando Trini, presa del deliquio erótico, le juraba amor eterno y le prodigaba los más dulces y zalameros diminutivos de su léxico chulo... Pensaba cuan fácil y grata le halía sido la vida amorosa durante dos meses, sin exigencias de dinero, a salvo de todo compromiso posible, con una libertad plena de entradas y salidas, gozando gratuita y desinteresadamente de una mujer joven y ardorosa...
Un inmerso aplanamiento moral siguió a esta crisis de nostalgia secreta y erótica, en que el recuerdo de los besos cálidos de Trini se mezclaba al aroma de su «boudoir » y a los diálogos pintorescos de la chula, que era graciosa y salada como pocas.
Se resignó a perderla; pero aun quiso agotar los últimos cariuchos, llamándola al corazón, al sentimentalismo, invocando las noches lánguidas de amor, en una carta larga, bañada de lágrimas y de romanticismo... Pero la chula se mantuvo firme en su primera resolución contestándole en una carta seca y displicente, a la cual aun Valdés replicó con una misiva suplicante. Esta vez Trini dio la callada por respuesta.
Con esto ya se convenció Valdés de que aquello había sido un capricho fugaz en el cual le había sustituido el capitán gallardo de los sedeños bigotes, quizá con ventaja, haciendo olvidar sus desenfrenos eróticos; era una carrera de competencia erótica y de resistencia para el placer, en la que el capitán había salido Vencedor...
Entonces decidió por fin no ocuparse más de la chula de Amaniel, resueltamente, y consagrarse en pleno a su novia, la pobre Amparito Lujan, un poco preterida por dos meses a causa de los arrumacos lascivos de Trini...
Publicado en “Flirt" Madrid en 1922 |